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1. Julián Palacios. 2. La Peña El Gato en Baños de Río Tobía (Rioja). 3. Francisco Barona posa con una de sus cepas. 4. Una imagen de las jornadas. Fotos cedidas por J. Palacios, Amaya Cervera, F. Barona.

Análisis

El valor real de las viñas viejas

Amaya Cervera | Lunes 26 de Marzo del 2018

“Para que una viña tenga 80 años en 2100 habrá que plantarla en 2020”. La frase es de Julián Palacios, un gran defensor de los viñedos tradicionales y el organizador de unas Jornadas Técnicas de Viticultura cuya tercera edición celebrada a principios de este mes en Laguardia (Rioja Alavesa) abordó el “diseño de viñedos longevos”.

Este ingeniero agrícola y asesor nació muy oportunamente en San Martín de Unx, un pintoresco pueblecito navarro cercano a Olite donde, pese a los masivos arranques del pasado, se ha conservado un pequeño pero importante foco de garnachas viejas. Palacios, quien ha pasado de supervisar los viñedos del grupo Faustino a crear su propia empresa desde la que asesora a productores como el grupo Lan, Valenciso y Ostatu en Rioja o Máximo Abete, Pagos de Larrainzar y La casa de Lúculo en Navarra, reivindica que “hay muchos modelos de cultivar la viña más allá del low-cost”. Desde su punto de vista, “hoy mirar atrás y apostar por los viñedos longevos es casi contracultura”. 

Su particular contracultura, sin embargo, congregó a más de 200 profesionales en el Centro Temático del Vino Villa Lucía en Laguardia con presencia de muchos primeros espadas de bodegas de Rioja y otras regiones, y abundante público joven.

Dónde y cómo plantar un viñedo longevo

A sus 33 años, Francisco Barona no tuvo muchos apoyos para llevar adelante el proyecto de viñedos viejos en Ribera del Duero que lleva su nombre y que se ha estrenado recientemente en el mercado: “Mi padre me trataba de loco por mi idea de una viticultura a largo plazo, aunque yo le decía que aquí había futuro”. Barona empezó a comprar viñas viejas en 2010 hasta reunir 28 parcelas plantadas entre 1908 y 1948, y elaboró su primer vino cuatro años después. 

La receta: majuelos de varios municipios cultivados en suelos diferentes y elaborados con distintas variedades respetando la mezcla tradicional en la que, junto a la tempranillo, se plantaba bobal, garnacha, albillo, jaén o monastrell. “Estas cepas, antes marginadas, dan frescura, acidez, complejidad y longevidad. Todo esto de forma natural y sin realizar correcciones enológicas”, apuntó Barona antes de aventurarse a desgranar los factores que considera clave para la ubicación de un viñedo longevo. 

Su top 10 incluye la elección de lugares que permitan un reposo invernal más largo y dentro de éstos buscar zonas altas, aireadas y con menor riesgo de nieblas y heladas. En los suelos, además de la capacidad de drenaje y de retención de agua en el subsuelo, recomienda terrenos que permitan desarrollar al máximo la capacidad radicular de las cepas. Igualmente, Barona considera fundamental trabajar con el concepto de vigor medio para conseguir el equilibro de la planta. Para él, el vigor equivale al peso ideal de una persona. Las viñas también tienen que cuidar su figura.

Recuperar la diversidad

Probablemente, el mayor abismo que separa una viticultura de terruño de otra “agroindustrial” es el material vegetal. El profesor e investigador de la Universidad de Ciencias Agrícolas de Burdeos, Jean Philippe Roby, recordó en las jornadas que a partir de los años 70 se produjo un empobrecimiento de la diversidad genética al imponerse unos pocos clones tanto de viníferas como de portainjertos. Desde su punto de vista, un modelo que no garantiza la biodiversidad no es sostenible, por lo que “sin selección masal, no hay futuro”.

En este sentido, los viñedos antiguos no solo son fuente de biodiversidad, sino que pueden contener soluciones para afrontar los nuevos problemas a los que se enfrenta la viticultura actual (léase muy especialmente enfermedades de la madera). Esto no puede encontrarse, dijo, en los clones de hace 20 años. En cambio, analizando distintos biotipos de una misma variedad (y citó el ejemplo concreto de la cabernet franc) se han llegado a encontrar diferencias de hasta dos grados de alcohol. 

Para Roby, un buen ejemplo de conservación de biotipos es la iniciativa PORVID (Asociación Portuguesa por la Diversidad Varietal) en Portugal, centrada en preservar la diversidad intra-varietal de más de 300 cepas portuguesas. 

En la gestión de viñedos viejos recomendó que cuando se muere una cepa, se reponga con la misma madera y no con un clon. También defendió el injerto en campo por considerar que la propagación de enfermedades es menor, aunque reconoció que esa apreciación se apoya en la recogida de datos en viñedos de 40 a 60 años. “No sabemos realmente qué ocurrirá con las plantaciones actuales”.

Por una protección del viñedo viejo

El productor e investigador riojano Juan Carlos Sancha, que protagonizó la ponencia más apasionada de las jornadas, dio la razón a Roby al decir que tenía muchas más enfermedades de la madera en viñas plantadas por él que en las que plantó su abuelo. La niña de sus ojos hoy es la Peña El Gato, un paraje único a 700 metros de altitud en Baños del Río Tobía, una de las zonas límite de cultivo en Rioja, donde heredó una parcela de media hectárea plantada en 1917 en torno a la cual ha construido un fascinante proyecto de garnachas centenarias. “Era costumbre plantar una viña el año en que un hombre se casaba para alimentar a sus futuros retoños,” recordó Sancha.

Esa realidad queda bien lejos de los tiempos actuales. Hoy importa mucho más el riego en la viña, “un tema sobre el que se han presentado más de 50 tesis en los últimos años frente a ninguna en torno al viñedo viejo”, criticó Sancha, quien arremetió también contra la política de arranques subvencionados de las administraciones y la falta de medidas de protección para el viñedo viejo. “Con un 60% ya de vendimia mecánica en Rioja, las viñas viejas están sentenciadas si no existe un proyecto económico viable detrás”, señaló.

Para este doctor ingeniero agrónomo que participó activamente en el estudio de variedades minoritarias de su región, los principales factores de calidad del viñedo viejo tienen que ver con sus rendimientos más bajos, menor vigor, mayor equilibrio hormonal y las reservas de almidón acumuladas en las raíces y el tronco. También recordó que los viñedos centenarios de su pueblo tienen una densidad de 5.100 cepas por hectárea, muy superior a los marcos actuales de plantación. Asimismo, defendió el cultivo en vaso por la perfecta distribución de la vegetación y los racimos. “Las universidades no han divulgado el vaso porque no vende -señaló-, pero el vaso ha demostrado que puede vivir 100 años en Rioja y la espaldera aún lo tiene que demostrar”, dijo.

Una de las reivindicaciones de Sancha que comparto es la ausencia de definición de lo que es una viña vieja. A menudo se considera a partir de 35 años, pero esta cifra varía en función de las condiciones particulares de cada región. Quizás el modelo más avanzado que existe en esta línea es el de Barossa Valley en Australia, todo un ejemplo de resistencia al arranque avalado por un registro que clasifica las viñas en viejas (35 años o más), supervivientes (75 años o más), centenarias (a partir de 100 años) y ancestros (125 años o más).

Comunicación y valor añadido 

Desde una perspectiva internacional, hay una percepción clara de que España está en la lista de países con un patrimonio relativamente importante de viña vieja, pero no existe un estilo de vino, región o categoría que haya conseguido transmitir este mensaje con fuerza o que se haya convertido en adalid del concepto. 

Si volvemos a Rioja, un dato interesante que aportó Juan Carlos Sancha es que de las aproximadamente 65.000 hectáreas existentes en la denominación, solo el 0,6% son viñas de más de 90 años. Esta cifra es notablemente más alta en regiones como Toro o Bierzo y en focos concretos de conservación de viñedo prefiloxérico y en pie franco como la parte segoviana de Rueda o la zona de Atauta en la Ribera soriana.

Gran defensor de la nueva categoría de viñedos singulares en Rioja, Juan Carlos Sancha reveló que al fijar el requisito de más de 35 años se había intentado asegurar que se utilizaran viñedos tradicionales anteriores a la llegada masiva de los clones. La cuestión es: ¿Se recordará esta razón dentro de otros 35 años? O mejor aún: ¿Podremos volver la vista atrás en 2050 con la tranquilidad de haber conseguido preservar la diversidad de nuestros viñedos?

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