Alejandro Fernández en 2015. Foto: A.C.
Ha muerto a los 88 años en Santander el legendario productor vallisoletano que convirtió el tipo de tinto que le gustaba beber en el estilo que definiría la Ribera del Duero.
Alejandro Fernández falleció el pasado sábado cuando se encontraba en Santander con Eva, la menor de sus hijas y durante muchos años responsable enológica de Grupo Pesquera, según informaba ayer El Norte de Castilla. La Denominación de Origen Ribera del Duero publicó un tuit en el que destacaba: “Su forma de amar la Ribera del Duero deja una huella imborrable”.
En los últimos años su nombre había aparecido más en los medios de comunicación por las desavenencias que mantenía con su mujer Esperanza y sus otras tres hijas, Lucía, Olga y Mari Cruz, por el control del grupo de bodegas que había creado. El conflicto ha puesto de manifiesto los retos de la continuidad y el relevo generacional en las empresas familiares.
Apoyándose en el éxito de Pesquera, Fernández creó una segunda bodega en Ribera del Duero con un concepto de vino de finca, Condado de Haza, y fundó además Dehesa La Granja en Zamora, donde se elabora bajo el indicativo de VT Castilla, así como el proyecto manchego El Vínculo en Campo de Criptana (Ciudad Real). Además, entró en el sector hotelero con el hotel AF Pesquera, ubicado en Peñafiel (Valladolid).
Una de sus últimas (y emotivas) apariciones públicas tuvo lugar durante el homenaje ofrecido en el marco del Duero International Wine Fest en septiembre de 2018 a los pioneros de la Ribera del Duero. Este artículo publicado en Spanish Wine Lover en 2015 con motivo del cuadragésimo aniversario de la primera añada de Pesquera recoge la esencia de su filosofía e incluye además opiniones de personajes del sector que tuvieron un estrecho contacto con él.
De talante emprendedor, Fernández empezó diseñando y fabricando maquinaria agrícola para el cultivo de la remolacha y con el dinero obtenido por distintas patentes puedo financiar su negocio vinícola.
Lo que siempre le distinguió fue la confianza absoluta en las aptitudes de la variedad tempranillo, en la alta calidad que se podía conseguir con las uvas de la Ribera y en la capacidad de envejecimiento de los vinos. Hoy todo esto parece evidente, pero a mediados de los setenta el modelo de tinto que mandaba en España eran los riojas finos, abiertos de color y con largas crianzas en barrica. Su propuesta era radicalmente opuesta: capas bien cubiertas, la concentración natural de la Ribera y fruta a raudales. Quizás por eso el vino triunfó en Estados Unidos (Robert Parker dio rápidamente su bendición a la cosecha 82, el mismo año en que se creó la DO Ribera del Duero) antes que en España.
El mensaje era tan sencillo como potente: una variedad, un estilo, un hombre que conocía su tierra, estaba orgulloso de ella (puso al vino el nombre de su pueblo, Pesquera del Duero) y tenía la energía y las ganas de viajar por el mundo con una botella debajo del brazo para darlo a conocer. Pesquera y Alejandro Fernández contaron la historia de los nuevos tintos españoles y el ascenso de una región de clima continental y extremo capaz de retar a Rioja. El relato, por otro lado, encajaba perfectamente con el inicio del reinado de Robert Parker y de un estilo de tintos más contundentes.
Como personaje, era irrepetible. Directo, sin complejos, generoso y siempre dispuesto a descorchar una botella para que más y más gente conociera sus vinos. Explotó como nadie la naturalidad del hombre de campo. No hacía catas formales. Prefería que los vinos hablaran; a él le bastaba con apuntar lo buenos que estaban o decir que “el vino es muy bueno para hacer el amor” o que “la tempranillo es la mejor variedad del mundo” (todas sus bodegas, de hecho, trabajan con esta uva). En este vídeo con Jancis Robinson, a la que por cierto llama “maja”, como hacia habitualmente cuando se dirigía a una mujer, señala sin ningún rubor que Pesquera es uno de los cuatro mejores vinos del mundo junto con Pétrus, Lafite y "Román Conti".
Por supuesto que todo esto habría sido insuficiente sin un buen vino detrás. Y Alejandro tenía ideas muy personales e incluso innovadoras sobre las uvas que necesitaba y cómo elaborarlas. No favoreció particularmente los viñedos tradicionales en vaso. Buscando la frescura, fue de los primeros en plantar viña en el páramo y lo hizo habitualmente en espaldera. Siempre defendió una vendimia equilibrada de uvas con la piel tersa y alejadas de la sobremaduración. No tuvo problema en fermentar con raspón algunas de sus primeras añadas hasta que tuvo una bodega para trabajar en condiciones. Siempre le gustó envejecer y conservar los vinos en cuevas o espacios subterráneos, a temperatura constante. Se negó a filtrar porque intuía que así perdía sustancia y personalidad. A cambio, recomendaba profusamente la decantación. Le gustaba servir los tintos fríos, a temperatura de bodega y ver cómo se desarrollaban en la copa.
El gran crecimiento de Pesquera por encima del millón de botellas, la expansión de la compañía y el propio boom de la Ribera del Duero en la década de los noventa y los primeros 2000 diluyeron paulatinamente el mensaje. No hay duda de que los tiempos han cambiado: la era Parker terminó y hoy se busca más la delicadeza; el estilo de tintos potentes de Ribera del Duero no está tan en boga como antaño. El actual reto para la familia Fernández es reposicionar la marca en un contexto muy diferente.
Hoy en día no es fácil conseguir botellas de los ochenta y los noventa de sus míticos Janus y Millenium (una rápida búsqueda online no ha dado resultados en este sentido), elaboraciones especiales pensadas para envejecer y que dejaron huella en toda una generación de aficionados y profesionales. Con la desaparición de Alejandro Fernández se cierra toda una época del vino español.
