Pasión por el vino español

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Situado en una tranquila plaza de la parte alta de Barcelona, alejada del ajetreo del turismo que invade los alrededores de las Ramblas, Monocrom ha sabido ganarse la fidelidad de una clientela local que busca vinos diferentes y una propuesta gastronómica de calidad pero sencilla en las formas.

Al frente de este local de ambiente relajado e intimista (aunque un poco escaso de luz) están los hermanos Janina y Xavier Rutia, curtidos en hostelería y distribución de vinos (Janina fue maître sommelier del restaurante Coure durante ocho años y Xavier trabaja en Cuvée 3000). Abrieron a principios de julio de 2016 con mucha ilusión y una idea clara y compartida del tipo de espacio que querían montar: “un bistró de vinos artesanos para comer y beber bien”, explica Janina, que es quien gestiona el día a día de Monocrom con la ayuda puntual de Xavier (“cuando puede hace algún servicio; le gusta mucho”).

La carta de vinos cuenta con unas 200 referencias, principalmente de Cataluña, resto de España, Francia y alguna etiqueta de Austria y están allí porque a Janina y Xavier les gustan. “Intentamos averiguar los gustos de nuestros clientes pero no hacemos concesiones a una marca”, asegura Janina, que cree que muchas veces la gente no sale de una variedad o marca determinada porque se aferran a lo que conocen. Su papel, explica, es ayudar a la gente a descubrir que hay vida y vinos más allá de las tres erres (Rioja, Ribera y Rueda).

Hay muchos naturales, pero también biodinámicos, ecológicos y en general vinos de poca intervención que en la carta —un sencillo pero informativo listado en papel, fácil de mantener actualizado— aparecen en columnas con el nombre del vino y el productor, la añada, la zona, el pueblo, la variedad y por supuesto, el precio. Todos son de bodegas pequeñas, con producciones limitadas así que varían bastante la carta: “a veces cada dos semanas; otras una vez al mes”, asegura.

Por copas —servidas en vajilla Gabriel Glas— suelen tener siempre una referencia de burbujas, tres blancos y tres tintos, pero no hay una norma estricta al respecto, dice Janina, sino que se adaptan en función del día y la clientela. “Aquí nos gusta abrir botellas y que la gente esté contenta”, comenta.

Que aquí se toman el vino en serio y con alegría es evidente, pero la comida —y detalles como las finas y agradables servilletas de tela o que la música sea apenas perceptible— también merecen una mención especial. De nuestra visita nos gustó prácticamente todo pero nos quedamos con las deliciosas croquetas de asado (2,5 €/unidad), los guisantes lágrima de temporada con tripa de bacalao (21 €) y las zanahorias encurtidas (8 €) con un punto picante que iban de cine con la costilla de cerdo (14 €). El servicio para la docena de mesas del local es amable, eficiente y dispuesto a aconsejar y contribuye a que la experiencia de comer o cenar en Monocrom sea desenfadada y muy agradable. Y.O.A.