Pasión por el vino español

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Separado de Hendaya por el estuario del Bidasoa, Hondarribia es uno de los pueblos más bonitos de la costa vasca que ha sabido mantener su identidad y carácter a pesar de ser un lugar fronterizo y turístico. Con su playa, su casco histórico amurallado y sus bares de pintxos tradicionales, atrae especialmente en verano a un número considerable de visitantes, especialmente franceses, como Caroline Brousse, que de niña pasaba muchos veranos en Hondarribia con su familia.

Años después, en 2013, y junto a su pareja Didier Miqueu decidieron dejar sus profesiones en el ámbito financiero para dedicarse a lo que realmente les apetecía: abrir un hotel boutique en Villa Albertine, una villa de estilo neo-vasco en la parte baja de Hondarribia que Caroline recordaba desde su infancia.

Tras las obras para transformarlo en un lujoso pero discreto hotel-spa de ocho habitaciones, Villa Magalean abrió sus puertas en 2017. En el sótano se ubica Mahasti (viñedo, en euskera), el coqueto restaurante abierto a huéspedes y público en general que también cuenta con una terraza para disfrutar en días soleados.

Con una docena de mesas en una sala con paredes blancas presidida por un piano de pared y una gran cava de vino climatizada, Mahasti ofrece una cuidada cocina de raíces vascas y producto de temporada diseñada por el chef de origen argentino Juan Carlos Ferrando, asesoría que compagina con su propio restaurante (Juan Carlos Ferrando) en Logroño. Del día a día del restaurante se encarga el joven cocinero irunés Markel Ramiro, formado en el Basque Culinary Center de San Sebastián, pero siempre mano a mano con Ferrando, quien le permite expresar su propia identidad en la cocina en platos como la ensalada de txitxarro marinado, boniato y escarola (12 €), los pescados del día (18 €) que cambian en función de lo que llega del puerto o la paloma torcaz guisada con chocolate y espárragos trigueros salteados (26 €).

Además de la carta, Mahasti ofrece un menú a 30 € que incluye un primer plato, un segundo y un postre a elegir entre varios de los que aparecen en la carta así como un menú saludable (30 €) —sin dejar de ser sabroso— que cuenta con el asesoramiento de una nutricionista.

Se nota que el propietario Didier Miqueu es un apasionado no solo de la gastronomía sino también de los vinos, especialmente de Burdeos. La vinoteca de cristal que preside la sala cuenta con una cuidada selección de crus y grand crus del Médoc, Graves, St Emilion y Champagne además de una no muy extensa pero variada oferta que refleja la diversidad actual del vino español con etiquetas como Recaredo Terrers, Fino El Maestro Sierra, Algueira Cortezada, Bhilar de David Sampedro, Cruz de Alba, Finca Terrerazo, Valbuena o varias de Telmo Rodríguez, todas ellas a precios razonables.

Como no podía ser de otra forma en un establecimiento que cuida los detalles —mantelería de hilo, vajilla y cubertería fina, copas Spiegelau, pan de trigo molido a la piedra de una panadería artesana del pueblo— el personal de sala es atento, discreto y amable. Una dirección interesante en un pueblo con una oferta gastronómica de gran nivel. Y.O.A.