Pasión por el vino español

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No parece casualidad que el restaurante de los hermanos Echapresto esté escondido en un pequeño pueblo a 20 kilómetros de Logroño. Calidad y esencia creativa fiel a su entorno son las enseñas de un lugar que transmite sosiego y al que se debe ir sin prisas. Con ese espíritu es fácil disfrutar de la cocina con alma de Ignacio, un chef autodidacta que aprendió a manejarse en los fogones de la mano de su madre, Rosi, y de la hospitalidad de Carlos, al frente de la sala y del servicio de vino.

La estrella Michelín que consiguió Ignacio en 2011 no ha restado naturalidad al lugar. El local, que conserva el sabor y la calidez de las antiguas ventas, cuenta con una huerta propia que se contempla desde el salón principal y que nutre de materias primas los platos del restaurante. Siguiendo esta idea de autenticidad, la oferta gastronómica varía con las estaciones y ofrece, además de la carta, tres opciones de menú.

El Raíces (80 €) incorpora platos que han marcado la identidad de la casa como las alcachofas fritas con dados de bacalao, cebolla morada e infusión de las pieles -servido en un plato muy caliente para que el bacalao crudo se vaya haciendo con el caldo- o las cocochas de merluza asadas al sarmiento con patata, que le da al plato un delicioso toque ahumado.

El menú Frutos (100 €) incluye propuestas más actuales y productos que son fruto de la experiencia acumulada durante más de 20 años. Los 12 platos más dos aperitivos de la oferta de verano incluyen, entre otros, cangrejos de río, champiñones y berros con cecina (un recuerdo de su infancia, de cuando jugaban al baseball y cogían cangrejos en el río del pueblo) o cigala asada con espaguetis de calabacín y jenjibre. Además hay un menú a medida (60 €) con dos medios entrantes, plato principal y postre, y un menú Homenaje (125 €) en el que la cocina saca lo mejor de sí.

La presentación de todos los platos es esmerada y armoniosa y el servicio de vinos -con buena variedad de copas Riedel, Gabriel Glas y Stölzle- extremadamente profesional pero sin ser distante.

Ambos menús se pueden acompañar con una selección de vinos que Carlos diseña a gusto del comensal y que merece totalmente la pena probar. Su intuición y experiencia como sumiller -fue finalista al Premio Nacional Mejor Sumiller de España en 2013, ganador del Internacional Wine Challenge 2016 al Mejor Sumiller y Premio Nacional de Gastronomía 2016- son una garantía.

El mítico rosado López de Heredia fue un acompañante perfecto para los cangrejos y la cigala. Para los deliciosos aperitivos servidos en la renovada bodega con cientos de botellas -muchas de ellas de añadas antiguas- y con vistas al comedor, la elección fue un magnum de Fino Tradición que la bodega jerezana hace en exclusiva para Venta Moncalvillo.

La carta de vinos incluye unas 1.300 referencias procedentes de todo el mundo, aunque los de Rioja tienen una presencia notable. Están divididos por valles y pueblos y cuenta con un mapa de la DOCa donde se explican los tipos de suelos de las tres subzonas. La filosofía de Carlos es tener al menos tres tipos de vino -tanto en estilo como en precio- para cada región: "uno para probar, otro para disfrutar y un tercero para darse un homenaje". Merece la pena visitar la bodega, en la que guarda una buena colección de añadas antiguas de Rioja.

Fieles a su defensa del territorio y a la idea de proximidad, los hermanos Echapresto trabajan con pequeños productores del entorno de la Sierra de Moncalvillo para recuperar y revalorizar productos artesanos como la miel de roble, el vino supurao de Ojuel o la carne de buey de Moncalvillo, que Ignacio y Carlos incorporan en su oferta culinaria y de bodega. La última novedad es una nueva gama de hidromieles artesanos que elaboran en una nueva bodega en Daroca y que se sirven en el restaurante.

El resultado es una oferta espectacular en el pueblo más pequeño del mundo con una estrella Michelín. Merece la pena el desvío. Y.O.A.

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