Bodega El Grifo | Spanish Wine Lover

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BODEGAS

Esta bodega es el guardián de la memoria histórica del vino de Lanzarote como prueban sus viejos toneles de malvasía de 1881 y antiguos documentos con detalles sobre su elaboración. Los hermanos Juan José y Fermín Otamendi, son la cuarta generación al frente de El Grifo desde que su bisabuelo adquiriera distintas propiedades en el paraje del mismo nombre, dentro de la espectacular región volcánica de La Geria, entre 1870 y 1880. Antes, la bodega estuvo en manos de otras dos familias: los Torres, que erigieron la mayor parte de las edificaciones antiguas y los De Castro, propietarios entre 1820 y 1880. La fundación, fechada en 1775, convierte a El Grifo en la bodega más antigua que ha pervivido en Canarias y en una de las más antiguas de España.

Paradójicamente, sin embargo, Lanzarote fue la última isla del archipiélago a la que llegó el viñedo. Centrada en el cultivo de cereal, la vid se generalizó tras las erupciones que tuvieron lugar entre 1730 y 1736 gracias a la protección que la ceniza volcánica (el rofe) ofrecía a los suelos de cara a la conservación de la humedad. Funcionó básicamente como proveedora de las islas principales hasta bien entrado el siglo XX. Aunque hay constancia de algún embotellado de malvasía en los años treinta, el abuelo de los actuales propietarios, otro Fermín, seguía el modelo del oporto o de los vinos malagueños y envejecía los vinos en el puerto de Arrecife para facilitar su salida en barco hacia Tenerife y Gran Canaria. El comercio y el transporte marcaban totalmente la elaboración. Hoy, el turismo ha transformado notablemente la industria vinícola y ha creado un potente mercado local para el vino. El 85% del medio millón de botellas que se producen anualmente en El Grifo se venden en las islas.

El Grifo cuenta con 32 hectáreas propias, cultiva otras 30 de familiares y compra a unos 300 proveedores que ejercen la viticultura de forma casi vocacional y cuya media de edad es de 72 años. La ausencia de relevo generacional es uno de los grandes problemas de la zona junto a esa viticultura al límite marcada por la escasez de agua (la media de precipitaciones apenas alcanza los 100 mm. anuales). Otra constante son las grandes variaciones de producción de una añada a otra que obligan a trabajar con previsión y cuya solución más evidente es intentar ampliar el peso de los vinos con crianza. Se han empezado a convertir progresivamente los viñedos propios a cultivo ecológico y desde la cosecha 2020 todas las fermentaciones se realizan con las levaduras que vienen de la viña.

La variedad de uva característica de la isla, la malvasía volcánica, domina la gama de vinos que se distingue por sus botellas serigrafiadas con la imagen de un grifo mitológico diseñado por el artista local y gran defensor del territorio César Manrique. Las elaboraciones de mayor disponibilidad son la malvasía semi-dulce (el estilo más popular a nivel local) y la seca que se comercializa como Colección (ambas en torno a los 14,5 € en España) aunque el perfil más interesante es el de la malvasía con lías que es la gran apuesta de futuro de la casa (30.000 botellas, unos 19,5 €). Hay además un espumoso que valida las buenas aptitudes de la variedad para la categoría y del que se han realizado distintos embotellados llegando a prolongar la crianza durante más de tres años.

La variedad tinta de referencia es la lista negro de la que hay una interesante versión rosada (14,5 €), un tinto fresco y expresivo (El Grifo Colección, 35.000 botellas, 16 €), y un ensamblaje algo más serio con syrah (Ariana, 22 €) en el que la variedad del Ródano no pasa del 30%-40%. También se hace un tinto dulce, George Glas (40 €), llamado así en honor a un viajero escocés que visitó Canarias a mediados del XVIII y que, según Juan José Otamendi “escribió un libro delicioso sobre las islas”. Es un vino de licor complejo y con buena concentración elaborado a partir uvas sobremaduradas en planta.

La gran joya, sin embargo, son las malvasías dulces. Según los libros de cuentas del bisabuelo, se elaboraban a partir de una selección de las uvas mejor maduradas que se asoleaban durante siete a ocho días para aumentar la concentración de azúcares. Se dejaba fermentar el vino hasta unos 10 grados, se añadía alcohol hasta los 18% vol. y se envejecía en barrica. El proceso se sigue repitiendo en aquellas cosechas que ofrecen el potencial de azúcar necesario. Puede ser cada tres, cuatro o seis años.

El consumidor puede acceder a este estilo a través del Canari (80 € la botella de 50 cl.), un ensamblaje de añadas viejas que se comercializa en botellas de 50 cl. La que se encuentra actualmente en el mercado es una mezcla de 1956, 1970 y 1997. Hay también un dulce de moscatel elaborado de manera similar que se nutre de uvas de esta variedad cultivadas en chabocos, que son grietas o agujeros en la capa volcánica con un mayor aporte de humedad.

La bodega también trabaja la variedad blanca local vijariego con la que elabora un blanco seco (17 €). Es una variedad tardía y de piel gruesa que, al igual que la moscatel, se destinaba para pasas. A nivel más experimental han producido un interesante orange wine trabajando la moscatel con pieles durante cuatro meses y un listán negro “grano a grano”, de carácter más liviano y fragante, ya que se prensa antes de que haya concluido la fermentación; un estilo en línea con elaboraciones más modernas de tintos que se hacen ahora mismo en las islas.

La visita es altamente recomendable, tanto por el paisaje mágico que rodea a la bodega como por la antigüedad de una parte de las instalaciones con su pequeño e interesante museo.

VINOS CATADOS DE ESTA BODEGA

El Grifo Ariana 2017 Tinto