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1. Emilio Rojo. 2. Explicando los vinos con Quim Vila. 3. Una vista poco habitual de botellas difíciles de encontrar. Hemos insertado más fotografías a lo largo del texto. Créditos: A.C. y La Vinya del Señor.

Catas

Emilio Rojo 2004-2019: una vertical única junto a su autor

Amaya Cervera | Lunes 17 de Octubre del 2022

Los blancos de Emilio Rojo son difíciles de probar. La producción es escasa, se vende rápido y, probablemente, se bebe cuando los vinos son bastante jóvenes. Ni siquiera el propio Emilio ha conservado un histórico de botellas. 

Por eso la retrospectiva celebrada el pasado 10 de octubre en Madrid resultó tan especial. Más si cabe al contar la presencia de su autor, quien estuvo acompañado de Quim Vila, su distribuidor de toda la vida y cabeza visible de Vila Viniteca. La cata, organizada por la nueva propiedad de Alma Carraovejas, se celebró muy oportunamente en la Casa de Galicia de Madrid y fue posible gracias a Luis Paadín y a su hijo Alejandro, autores de la Guía de Vinos, Destilados y Bodegas de Galicia y grandes dinamizadores del vino gallego, quienes aportaron generosamente las botellas. 


Nacido en 1951, nadie diría que Emilio Rojo ha entrado en la setentena. Se mantiene delgado y fibroso, casi como cuando organizaba su vida en torno al viñedo de poco más de una hectárea que ha estado en la base del blanco que lleva su nombre desde la cosecha 2000. Con anterioridad utilizaba también uvas del valle del Arnoia, la zona más minifundista del Ribeiro de la que es originario. Su primera añada, presentada en botella rin, fue 1987. El vino es una mezcla de treixadura, la uva más abundante, junto con porcentajes más pequeños de loureira, godello, albariño, torrontés, lado o caíño blanco.

Contamos su historia en un artículo publicado en el primer año de vida de SWL. Lo más notable es cómo se esforzó siempre en hacer el mejor vino posible a partir de esa parcela que suponía todo su sustento. Esta vertical sirve para retomar el relato prácticamente donde lo dejamos.

El relevo

En 2019, la vida de Emilio Rojo dio un vuelco. El año arrancó con una oferta firme de compra por parte de Alma Carraovejas. Este grupo originario de Ribera del Duero había puesto los ojos en Viña Meín y veía su pequeño proyecto como la guinda perfecta para coronar sus aspiraciones en la zona. También aseguraba la continuidad porque Emilio y Julia González, su pareja, no habían tenido hijos, y además se les daba la oportunidad de seguir ligados al negocio. Durante la cata, Rojo rememoró la celebración de la venta en Sacha, uno de sus restaurantes favoritos de Madrid, como uno de los días más felices de su vida. Por desgracia, Julia enfermó de cáncer poco después, y falleció en octubre de ese mismo año. La foto inferior la tomé en una cata de su importador americano en abril de 2019


El vino que se hizo en su recuerdo y que lleva su nombre es un 2016 que se probó en último lugar y que hace reflexionar sobre la complejidad extra que pueden adquirir los mejores blancos de la zona prolongando el tiempo de contacto con las lías. La base fue un depósito de 500 litros que Emilio apartó en esa añada especialmente para Julia, siempre quejosa de que, debido al celo que Emilio ponía en la venta, no podía beber su propio vino. Según Laura Montero, responsable técnica desde la llegada de Carraovejas, era un depósito riquísimo al que el formato mágnum le ha dado más frescura si cabe.    


La esencia del vino y de la elaboración se han mantenido prácticamente intactos en la nueva etapa de la bodega. Para Laura Montero, “la parcela de Emilio era una viña súper cuidada y con el vigor necesario para elaborar blancos frescos, aunque resulta complicada por la presión de enfermedades. Al estar orientada al este, recibe el sol de la mañana, que es menos agresivo, pero también se empieza a tener más temperatura cuando hay más humedad”. 

El cambio más significativo que se ha producido en el cultivo ha sido el paso a ecológico, algo que el propio Emilio tuvo en mente desde siempre. “El objetivo es conseguir plantas fuertes y equilibradas”, señala Laura. La adaptación, sobre todo en 2020, el primer año de trabajo completo en esta línea, provocó una caída importante de rendimientos. 

Se han incorporado también cubiertas vegetales (antes se cavaba) que ayudan a controlar el vigor y a tener suelos más vivos, aunque Montero reconoce que triplican el trabajo y bajan la producción. Ahora mismo se mueven entre los 3.000 y 3.500 kilos por hectárea, bastante por debajo de la etapa anterior, lo que repercute directamente en una menor disponibilidad de botellas.

La vendimia se sigue haciendo en varias pasadas para recoger las uvas en su punto óptimo de madurez. En una cosecha complicada como 2021, llegaron a realizar cuatro pases por la viña; en 2022, que ha sido mucho más fácil por la ausencia de lluvias, tres han sido suficientes. 


Emilio Rojo con José María y Pedro Ruiz de Alma Carrovejas y la enóloga Laura Montero

En elaboración tampoco hay cambios importantes. El acento sigue estando en el trabajo con las lías, una de las grandes obsesiones de Emilio junto al rellenado de los tanques para que el vino estuviera en perfectas condiciones. Los tiempos de envejecimiento, que oscilaban entre los 14 y 16 meses, se mantienen, pero se prolongará el tiempo de reposo en botella. Así, el 2019 que en circunstancias normales se habría lanzado en 2021, no saldrá al mercado hasta noviembre de este año. También se anuncia más precisión en el embotellado (antes se hacía manualmente) o en la elección de corchos que favorezcan la guarda. Emilio Rojo explicó la evolución muy gráficamente cuando dijo: “Yo soy intuitivo, Laura es quirúrgica”.

El único vino de la cata no elaborado por él fue el 2019, un ribeiro aún joven, pero impecable y preciso, con nítidos aromas a fruta blanca, hierbas secas, cítricos, amplio y sápido y con buena persistencia. De esta añada solo hay 2.000 botellas y 300 mágnums. 

Los 2010

Aunque se abrieron tres botellas por añada y hubo diferencias lógicas que hicieron que la experiencia de todos los catadores no fuera exactamente la misma, la serie de los 2010 fue especialmente destacada y marcó una horquilla de evolución en botella realmente interesante a 12 años vista. Como Emilio Rojo no aportó información técnica, para contextualizar las añadas he recurrido a los datos climáticos facilitados por Alma Carraovejas para la cata, a nuestros informes de cosecha de SWL que solo se remontan a 2014 y a los comentarios directos de Emilio Rojo que Luis Gutiérrez transcribe en sus notas de cata para The Wine Advocate.  

En general, el gran factor definitorio de los vinos fue la estructura en boca, sin que en ningún momento se percibiera como algo artificial o con un exceso de untuosidad por el trabajo con las lías. Respecto a su expresión aromática, se combinaban añadas con un carácter herbal y balsámico más acusado, a menudo con notas de pedernal y otras más reposadas, con finas reducciones (pipa de girasol) y en ocasiones sensaciones cremosas más a la borgoñona o incluso lácticas, que hacían pensar en algunos vinos pudieran haber realizado la maloláctica, aunque Rojo siempre trató de evitarla.

En una cosecha de corte fresco como 2018, los balsámicos estaban muy presentes, casi en una línea exuberante y bien acompañados de una refrescante acidez, como si la aportación de la loureiro se revelara más visible en esta vendimia. Me ocurrió algo parecido con la 2014, aunque la expresión aquí era más sutil, la fruta se sentía más reposada y aparecía una leve nota de hidrocarburo; quizás por su carácter de añada fría y lluviosa a la vez, había menos estructura y persistencia, pero el vino mantenía un perfil fino y disfrutable. Con condiciones climáticas aún más extremas de lluvia, la 2013 acusaba la ligereza de la añada y las dificultades en la maduración, con el aporte balsámico apuntando hacia tonos vegetales. 


Quizás mi cosecha favorita de la serie lluviosa (más que fresca en este caso), fue la 2016, con un carácter más cítrico que herbal y una madurez plena y sutil. Un blanco muy elegante que se encuentra en un momento estupendo. Quien tenga alguna botella en su bodega puede considerarse afortunado.

Hubo otro bloque de vinos más estructurados que a menudo coinciden con añadas más secas y temperaturas más elevadas durante la fase de maduración, pero que estaban lejos de resultar excesivas. Empezando por la opulenta 2017 (hubo una gran helada a finales de abril seguida de unos meses de mucho calor), con notas de fruta madura y cítrico confitado, y acidez más arropada, pero desde mi punto de vista sin excesos de maduración. 2015 me pareció de las más cálidas de la serie, pero a la vez con toques jugosos que aportaban un buen equilibrio. Aquí también encontré notas lácticas en nariz. 2010 y 2011 me resultaron bastante cercanas en estilo y estuve un buen rato pasando de una a otra. Algo láctica la 2010, con notas de piel de melocotón en ambos casos, más toques de hierbas secas en la 2011. Ambos son vinos con mucho centro de boca, pero la 2010 acabó desmarcándose con un juego dulce-ácido y una acidez más tensionada que hacía el vino más largo.

El 2012 se me quedó entre los dos mundos. Con buena maduración, pero quizás un perfil reductivo más acusado (pipa de girasol) y ciertas notas tostadas en el paladar, combinaba amplitud y delicadeza. Una boca pulida que acababa con una nota caliente reconfortante. 

La década de los 2000

Esta serie incluyó las añadas 2004, 2007, 2008 y 2009. Aquí tuve algo menos de suerte con las botellas por lo que pude comentar a posteriori con otros catadores que tuvieron una experiencia ligeramente diferente.

Las muestras presentaban un tono más oxidativo en la copa (en todas las anteriores, el color había sido impecable) y notas de evolución en nariz hacia toques de manzana asada y notas melosas en las añadas más notables. La añada más vieja, 2004, evolucionó en copa hacia notas lácticas y praliné, aunque estaba sostenida por la acidez. La boca más equilibrada, desde mi punto de vista fue la del 2007.

De esa misma añada, tuvimos la oportunidad de probar el blanco elaborado para conmemorar el 75 aniversario de Vila Viniteca, que fue la mejor botella de la serie. Con una etiqueta diferente, dibujada por el propio Emilio e inspirada en un juego de su infancia, la diferencia la marcaban los 26 meses de envejecimiento, los 18 primeros en contacto con sus lías. Acusó una menor evolución en nariz y ofreció el paladar más amplio y arropado. ¿Quizás envejecimientos más largos con lías se pueden traducir en una mayor longevidad? Harían falta más experiencias para defender esta hipótesis. Mientras tanto, sigue habiendo innumerables razones para seguir disfrutando de los vinos de Emilio Rojo y acercarse a ellos con cierta vocación de guarda.


2 Comentario(s)
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Pablo García-Mancha escribióMiercoles 19 de Octubre del 2022 (11:10:08)Maravilloso artículo. Una historia del vino y de la vida para enmarcar
Carlos B escribióViernes 28 de Octubre del 2022 (12:10:56)presenté a emilio en una conferencia en la facultad de Económicas de Santiago en el 1994 aproximadamente creo. Fue un buen show... A su lado su amigo mítico también Miguel Cancio. Sus vinos una delicia. El artículo magnífico.
 
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