Pasión por el vino español

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Ni Nico (economista) ni su hermano Andrés (jardinero) se imaginaron jamás que la pasión por la gastronomía que les había inculcado su amatxo desde críos iba a ser más que una afición, pero la muerte prematura de sus padres, Maite y Carlos, les obligó a aparcar sus trabajos para coger las riendas del restaurante familiar que regentaban desde 1998 junto al Hospital Clínic de Barcelona.

Hoy en día, Maitea sigue con esa cocina tradicional, sencilla y con buen producto que Maite trajo desde San Sebastián y que hoy capitanean la tía Pili (encargada de los sofritos y guisos) y Mari, la jefa de cocina que es casi un miembro más de la familia. “Si Maitea fuera un pueblo, le tendríamos que poner su nombre a una calle”, dice de ella Nico.

Al estilo de una taberna del casco viejo donostiarra, la bulliciosa barra del Maitea siempre está repleta de gente y pintxos a mediodía. Aquí se sigue un modelo de servicio que paradójicamente se está copiando en los bares de San Sebastián más populares entre los turistas: los clientes van llenando un plato con los pintxos fríos de la barra y con los calientes que van trayendo los camareros continuamente desde la cocina. Al final se cuentan los palillos para calcular el coste. Sencillo y eficiente en un lugar sin más pretensiones que ofrecer comida con fundamento.

En el Maitea, decorado con fotos antiguas de la familia y lugares emblemáticos de Euskadi como La Concha o el museo Guggenheim, se sirven hasta 100 pintxos diferentes: tortilla de patatas, embutidos, queso, foie, piquillos rellenos de atún o morcilla, croquetas y algunos de influencia catalana como la esqueixada o la tortilla de calçots con bull blanco que se prepara en invierno. En el comedor, donde se dan comidas para grupos, se ofrecen menús cerrados con pintxos y otros platos típicos como las potxas o el txuleton.

Nico es aficionado al vino y eso se refleja en la carta del Maitea, que cuenta con docenas de referencias de toda España, desde txakoli hasta espumosos, garnachas o tempranillos, y también de fuera. Habitual de la cata por parejas de Vila Viniteca junto a su amigo y cocinero Josep María Luque (en la foto, a la derecha de Nico), su pasión son los vinos de jerez.

“En mi casa no eran de vinos del Marco, pero yo creo que a cualquiera que le apasione la gastronomía tarde o temprano tiene un flechazo con el jerez; flechazo que se torna en devoción cuando pisas albariza por primera vez y visitas esas bodegas cargadas de magia e historia,” explica Nico, que tiene nueve finos y manzanillas en la carta.

No hay muchos lugares en los que se pueda tomar por copas un fino Carta Blanca de Agustín Blázquez de finales de los 70, pero en el Maitea, hasta que se acaben las cajas que pudo conseguir, sí se puede.

Aunque tiene otras rarezas líquidas, Nico no las pone en la carta porque estos vinos no son de consumo masivo, pero los aficionados a estos jereces antiguos y sorprendentes -y del buen vino, en general- deberían apuntarse la dirección del Maitea para una próxima visita a Barcelona. Y.O.A.

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