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1. Juan Antonio Ponce. 2. Vinos. 3. Juan Antonio con su hermano Javier. 4. Prensa. 5. Viñedo pedregoso. 6. Pie Franco. 7. Clos Lojen. Fotos: Amaya Cervera.

Bodega destacada

Juan Antonio Ponce, el mago de la bobal

Amaya Cervera | Miércoles 03 de Agosto del 2016

Siendo uno de los alumnos más aventajados que han pasado por la Cía. de Vinos Telmo Rodríguez, Juan Antonio Ponce podría haber buscado la gloria trabajando como enólogo en alguna bodega de peso o zona consagrada, pero prefirió volver a su Iniesta natal (Cuenca) y plantar cara a una de las uvas más adustas del viñedo español: la bobal

Pese a que en la DO Manchuela, una zona de litros y graneles donde mandan los grandes operadores y las cooperativas, se le considere el “raro”, Juan Antonio puede exhibir  cierto pedigrí vitícola que arranca con el bisabuelo. El padre, sin embargo, nunca elaboró y vendía a la cooperativa. “Aquí nunca ha habido tradición de cosecheros”, remarca Juan Antonio. “Es una zona llena de prejuicios y en la que falta confianza. Estoy convencido de que variedades como la albilla y la moravia agria no se extendieron porque eran muy poco comerciales”.

Ponce ha combatido este lastre con una sólida combinación de singularidad y precios asequibles. “Quiero que cualquier persona pueda comprar una botella”, asegura. “Hay que llegar al consumidor sin complicaciones porque si no, la cerveza nos va a comer el mercado”.

Ampliar horizontes

La inspiración de sus vinos parte de su propia experiencia, muy especialmente de sus años de trabajo en la Cía de Vinos Telmo Rodríguez, lo que le permitió conocer zonas tan diferentes como Rioja, Toro, Toledo, Gredos, Alicante o Ronda. “Esto no se aprende en un libro”, dice Juan Antonio, lleno de agradecimiento y admiración hacia Pablo Eguzkiza, el socio de Telmo que maneja el día a día enológico de la Cía.  El elaborador de Manchuela recuerda esta época como un enorme salto cualitativo tras sus estudios en la Escuela de Viticultura y Enología de Requena.

En cierto modo, Ponce quiso trasladar a Manchuela la tradición y el orgullo de los cosecheros de Rioja Alavesa, capaces de transformar y comercializar el fruto de sus viñedos. En 2004 realizó una primera experiencia para descubrir qué tipo de vino podían dar las viñas familiares. “Salió un tinto joven muy bueno”, recuerda. Así que propuso a su padre crear una sociedad para empezar a elaborar. Convencidos de que tenían “muy poco que perder” se lanzaron en la cosecha 2005 con 11 barricas y un crédito de 60.000 euros. Juan Antonio aún no había cumplido los 24.

Hoy el patrimonio familiar es de 17 hectáreas de viña pero trabajan un total de 40. De hecho, han firmado varios contratos de alquiler a 10 años vista para evitar arranques de viña vieja, una tónica que, por desgracia, ha sido bastante habitual en su zona. También se preocupan por preservar las variedades locales mejor adaptadas: están reinjertando los tempranillos con monastrell y la syrah con albilla.

Lidiando con los taninos

Aquella primera vinificación “oficial” con bobal en 2005 se realizó en barricas de 300 litros, pero al año siguiente se utilizó el formato borgoñón de 228 litros. Aunque aún mandaba la moda de tintos potentes de generosa extracción, se dieron cuenta rápidamente de que las barricas más pequeñas marcaban demasiado el tanino por lo que evolucionaron rápidamente hacia los 600 litros. La razón para Juan Antonio estaba bien clara: “Aquí no se trata de potenciar el tanino, sino de limarlo”.

Juan Antonio define la Manchuela como “la meseta dentro de la meseta”, con un clima más mediterráneo que Toledo y Ciudad Real y mayores similitudes con sus vecinos de Utiel-Requena (Valencia). Respecto a esta última zona nos cuenta que los bobales de Manchuela tienen algo más de acidez y color y que la densidad de plantación es menor: “Conseguimos algo más de producción por planta, lo que nos permite hacer unos vinos algo más abiertos. Lo que nos sobra aquí es concentración”. 

La familia Ponce conoce bien sus terruños. Con parcelas que no superan las 2,5 hectáreas de extensión, todos los viñedos se trabajan por separado. Su bobal de entrada de gama Clos Lojen (6,55 € en Gourmet Hunters o vía Wine Searcher, 28.000 botellas) es en realidad una mezcla de ocho viñas de suelos arcillo-calcáreos y maduración temprana que se vinifican, prensan (el prensado es muy importante de cara a la tanicidad para Juan Antonio) y crían de manera independiente. 

La frescura es otra prioridad en el trabajo con la bobal. De hecho, suelen vendimiar unos 10 días antes de la media en la zona para huir de las sensaciones maduras y compotadas. Sus instalaciones, que albergaban originariamente una planta destinada al procesado de champiñón, se benefician de una valiosa cámara de frío que les permite dejar la uva 24 horas a baja temperatura antes de vinificar y prescindir del equipo de frío. Tras apenas siete-ocho días de maceración, los descubes van directamente a barrica donde se realiza la maloláctica, pero si los taninos resultan muy secantes se sigue trabajando con lías gruesas para ganar untuosidad y contrarrestar la dureza característica de la variedad.

Quizás su bobal más famoso sea el PF por “pie franco” (10.000 botellas,  15,50 en Ideavinos o vía Wine Searcher), procedente de una viña de suelo arenoso y profundo –y libre por tanto del ataque de la filoxera. Es un tinto estructurado, pero equilibrado y profundo con abundantes frutos negros y hierbas aromáticas. Está un escalón por encima de La Casilla (12,50 € en La Tintorería o vía Wine Searcher, 12.000 botellas) que se hacía originalmente con dos viñas muy cercanas a la de PF pero de suelos calcáreos a las que desde 2007 se añade otra parcela con más arcilla para domar la potencia de la caliza. El vino es evocador y aromático en nariz (ciruela madura, romero) ya que las viñas están rodeadas de monte mediterráneo, pero en la boca sale la tanicidad y estructura de la bobal. Los dos tintos top son La Casilla Estrecha y Pino (ambos alrededor de 21 € en España), que salen más tarde al mercado y reflejan expresiones muy concretas de viñedos viejos. En general, son vinos que se benefician de un cierto envejecimiento en botella.

Un proyecto sólido

Lo que empezó como una pequeña aventura es ya en un negocio de 100.000 botellas con un 80% de la producción destinada a mercados exteriores.
“Buscamos vinos limpios, puros, sencillos, directos y sin maquillaje”, dice Juan Antonio. “Somos una familia sencilla, viticultores de toda la vida que ahora hacemos vino y que huimos de cualquier tipo de efectismo”.

En la viña se benefician de la altitud y la buena aireación que consiguen de forma natural en la zona. No usan azufre en polvo desde 2007 ni ningún tratamiento de cobre. Aran una vez al año y analizan las hierbas que crecen en sus parcelas para determinar las carencias o equilibrio del viñedo.

No hay duda de son grandes especialistas en la bobal y de los pocos que obtienen excelentes resultados con ella manteniendo una aproximación muy respetuosa en viñedo y bodega. La última novedad con la variedad es Las Cañadas, “un rosado sin fecha de caducidad” que se estrena con la cosecha 2015 pero que no estará disponible en España hasta la añada 2016 (se espera que cueste unos 7 €). Es el proyecto personal de Javier, el hermano pequeño de Juan Antonio, y, de hecho, lleva su nombre en la etiqueta. Utilizando técnicas tradicionales que están volviendo con fuerza en esta categoría como el prensado directo o la mezcla con algo de uva blanca han conseguido un vino con originales notas de naranja sanguina y hierbas; untuoso, salino y con finas notas amargosas.

También se han aventurado fuera de las fronteras de Manchuela con el monastrell Depaula (23.000 botellas, 7 €) –el nombre es un homenaje a la hija de Juan Antonio nacida en 2013. Se elabora con viñedos muy viejos de Casa de Las Monjas (Albacete) situados a unos 900 metros de altitud. Inicialmente salió a mercado con DO Jumilla pero ahora se comercializa como VT Castilla. En 2015 han añadido en torno al 25%  de raspón y han conseguido un vino tinto bastante fresco y balsámico, con notas de tomate, fruta dulce y un agradable contrapunto amargoso.

Los precios son muy ajustados y realmente no es habitual encontrar vinos de personalidad tan marcada entre los 7-12 €, pero Juan Antonio ha buscado marcas que aporten “la inyección financiera suficiente para seguir invirtiendo en la compra de cubas y mejora de instalaciones; tenemos la suerte de que para agosto todas estas etiquetas están ya agotadas”.

Variedades recuperadas

Hay además dos rarezas en la gama de vinos que harán las delicias de los cazadores de nuevas variedades. 

La albilla es una uva blanca que está registrada en la colección de variedades de El Encín desde los años 40 del siglo XX y no tiene que ver con ninguno de los albillos de la Peninsula o Canarias. Está concentrada en el municipio de Villamalea y parece que la llevó a la zona un veterinario entre finales del XIX y principios del XX. Nos cuenta Juan Antonio que como se vendimiaba muy temprano (a mediados de agosto), muchos viticultores plantaron esquejes para tener una fuente de ingresos temprana mientras esperaban la recogida de la bobal en septiembre. 

Reto (por el reto que suponía hacer un blanco en una zona relativamente cálida, 15,90 € en Lavinia o vía Wine Searcher) se elabora con albilla de pequeñas parcelas plantadas en suelos graníticos, de canto rodado y arcillo-calcáreos. Las uvas se prensan con raspón y el mosto va directamente a barrica, cada parcela a la misma barrica del año anterior, donde fermenta y se queda con sus lías gruesas hasta febrero. El vino, del que en 2015 se elaborarán 11.000 botellas al sorprendente precio de 12 € es de una mineralidad arrolladora, con gran acidez y notas herbáceas; el tipo de blanco que necesita tiempo en botella para ganar complejidad. 

La moravia agria es la base del tinto Buena Pinta (15,50 € en Lavinia o vía Wine Seacher, 7.000 botellas, 12 €) que también incluye en torno a un 15% de garnacha. Es una variedad de ciclo largo cuyo cultivo está concentrado precisamente en la DO Manchuela. Según la experiencia de Ponce, es una uva sensible y de piel fina que rara vez supera los 12% vol., casi al estilo de las variedades tintas gallegas. Su 2015 da notas florales y de cereza que evolucionan a hierbas en infusión (manzanilla, rooibos). Se siente cierta rusticidad, pero más por la parte vegetal que terrosa.

Hay mucha reflexión detrás de cada vino, desde el raro e increíble blanco de albilla a los bobales más tánicos y necesitados de paciencia.  Lo sorprendente es que Juan Antonio Ponce haya conseguido armar una gama tan completa en un espacio de tiempo relativamente corto y sin alejarse demasiado de su pueblo natal. Hacen falta muchos más elaboradores como él en Castilla La Mancha.

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