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1. La imagen de Muga que todos tenemos en la cabeza. 2. El valle del Oja-Tirón. 3. Las Conchas de Haro. 4. Mazuelo en Baltracones. 5. Villalba. 6. Jorge Muga en un viñedo de Prado Enea. 7. Viñedos señalizados. Fotos: A.C.

Bodega destacada

A pie de viña con Muga

Amaya Cervera | Miércoles 06 de Mayo del 2020

“En casi 500 años de historia familiar no hemos salido del valle del Oja-Tirón”, explicaba Jorge Muga en una mañana ventosa de mediados de enero cuando el coronavirus era aún una sombra lejana confinada en el otro extremo del mundo.

Tres meses antes, sus primos Manu, Juan y Eduardo habían convocado a la prensa en Madrid para celebrar el 25 aniversario del lanzamiento del primer Torre Muga (fue en 1994 y se estrenaron con la cosecha 1991) y recordaban que esta primera incursión de la familia en la modernidad se la debían a su padre Manuel que siempre tuvo a Burdeos como modelo de calidad. La familia ha elaborado vino desde los años 30 del siglo pasado, pero hasta 1970 no se trasladó a su ubicación actual. Nadie lo diría a juzgar por el despliegue de tinos, barricas, bocoyes y todo tipo de recipientes de roble que le hacen parecer más clásica y tradicional si cabe que algunas de sus centenarias vecinas del Barrio del Estación de Haro. 

Torre Muga, de hecho, es el resultado de las experiencias que se hicieron en los ochenta para envejecer en roble nuevo francés uvas de alta concentración procedentes de viñas viejas de Rioja Alta. 

El plan de la visita era establecer una conexión entre vinos y viñas; explorar la columna vertebral de las algo más de 300 hectáreas que la familia tiene en propiedad y con las que se cubren entre el 70% y el 85% de sus necesidades dependiendo de las características de cada cosecha. “El hecho de estar en la zona más fría de Rioja y de vendimiar más tarde hace que haya más riesgos. El único vino que producimos todos los años es el Crianza”, recalca Jorge Muga. 

Una excursión por el valle más occidental de Rioja

El alma de Muga está bien enraizada en el valle que forman los ríos Oja y Tirón. El Tirón nace en Burgos, en la Sierra de la Demanda y se une al Oja (que podría haber dado origen al topónimo Rioja) a pocos kilómetros de Haro para desembocar enseguida en aguas del Ebro. 

El recorrido por los viñedos de la familia se inicia en el primer meandro que forma el Ebro tras abrirse paso entre el estrecho pasillo que forman las Conchas de Haro. En esta parte baja del valle la vid se cultiva entre los 430 y 450 metros en terrazas situadas a ambos lados del río. Para Jorge, la elección de los suelos es decisiva porque en esta zona conviven terrazas del terciario y cuaternario. Él se decanta por las primeras: tierras arcillo-calcáreas más antiguas y de tonos rojizos que contrastan con las notas más amarronadas de sus vecinas del cuaternario. 

Son terrenos sueltos con arena y cascajo, fáciles de cultivar porque gracias a su textura no se compactan y las raíces respiran mejor, aunque sufren más en años cálidos. “El factor limitante de las raíces es un horizonte petrocálcico que puede oscilar entre un metro y metro y medio de profundidad”, señala Jorge Muga. Uno de los viñedos más destacados en esta línea es Baltracones, plantado con tempranillo seleccionado de sus viñas viejas de Villalba y mazuelos que tienen ya 43 años. Es el tipo de uvas que se destinan a Muga Selección Especial

El Crianza, que se comercializa como Reserva fuera de España, busca suelos similares, pero se abastece también de uvas de proveedores tradicionales incluido el propio cubero de la bodega, Jesús Azcárate, que también es viticultor con una tradición de varias generaciones a sus espaldas. 

La ruta continúa en dirección ascendente. Las uvas que se emplean para Torre Muga proceden de terrenos más elevados, entre los 500 y 550 metros, situados en la ladera sur de los montes Obarenes. El Estepal, en el municipio de Villalba de Rioja, es para Jorge el viñedo que marca un punto de inflexión porque a partir de aquí encuentra la combinación de frescura y buenas maduraciones que requiere este tinto de corte más moderno. “Son suelos francos y equilibrados, con porcentaje interesante de arcilla, pero estructura principalmente arenosa y piedra arenisca en el subsuelo”, explica.

Tras atravesar Villalba, la tradición familiar manda que hay que saltarse el siguiente valle que se adentra en el término municipal de Sajazarra. “Esto viene desde tiempos del abuelo, quien ya decía que las viñas de esta zona eran menos interesantes”, señala Jorge. El relieve se va haciendo más accidentado a medida que nos acercamos al pequeño islote burgalés donde se encuentra Hacienda del Ternero. Un poco más adelante el paisaje se ensancha y entramos en “territorio Prado Enea”, el buscado gran reserva de la familia y su etiqueta más clásica.

Las características de los viñedos de este valle, que se extienden en torno a los 600 metros de altitud entre los municipios de Sajazarra, Villaseca, Galbárruri, Cihuri o Fonzaleche, son muy diferentes y con suelos mucho más complicados por la abundante presencia de arcilla. En un paisaje marcado por cerros cónicos o colinas Jorge considera que “las zonas más interesantes son las partes altas de las laderas porque son los únicos lugares que han conservado la arena de un río que existió hace miles de años: presentan una textura más equilibrada y son menos propensas a sufrir heladas; lo demás se ha lavado y en las laderas y el fondo sale la arcilla pura”. Aquí se registran algunas de las maduraciones más tardías de Rioja con fechas de vendimia que pueden llegar a noviembre. “Hemos hecho dos vendimias con nieve”, recuerda Jorge.

Un dato curioso es que los años en los que no se elabora Prado Enea, venden las uvas a terceros porque, según Jorge, “no encajan en ningún sitio”. 

Juego de variedades

En la viña, el cultivo no se limita a la tempranillo. Al contrario, Muga es una de las bodegas que mayor importancia da a variedades secundarias hasta el punto de representar habitualmente en torno al 30% del ensamblaje. “Me parece una pena hacer un monovarietal; el vino siempre mejora con una buena mezcla”, opina Jorge Muga.  

La clave, según él, está en separar suelos, variedades, altitudes, orientaciones… “Esto nos permite aprender y contar con un bagaje importante. Además, siempre que separas tienes la oportunidad de volver a juntar. Hasta mediados de los 90 trabajábamos las variedades en cofermentación, pero ahora todo fermenta por separado. En las añadas complicadas sí que es mejor cofermentar, pero en esas condiciones no hago Torre Muga”.

Las vendimias escalonadas han supuesto otro aprendizaje importante. “Primero vendimiamos la viura, luego la tempranillo, después la garnacha… Desde que cosechamos los gracianos y mazuelos maduros hemos enriquecido mucho los tintos y tienen más cuerpo”, señala. Lo pudimos comprobar muy bien quienes asistimos a la masterclass impartida por Pedro Ballesteros MW en la segunda edición de La Cata del Barrio de la Estación donde los productores “desnudaron” sus vinos mostrando los ingredientes de sus ensamblajes. En el caso de Muga, lo más sorprendente fue la calidad de los vinos de garnacha, graciano y mazuelo que probamos. 

Eso no quiere decir que sea fácil. Para Jorge, “la garnacha es la variedad más difícil en Rioja Alta y la menos predecible, menos incluso que la graciano” y “conseguir que la mazuelo madure aquí es muy difícil”. Esta última variedad es además muy sensible al oídio. “Si no somos cien por cien orgánicos es por la mazuelo”, señala Jorge. 

Desde su punto de vista, “el problema de Rioja es que está aún sin desarrollar. Solo hay que ver la enorme diversidad que tenemos en el primer valle, que es en el que estamos centrados nosotros”. Pero también le gusta realizar elaboraciones experimentales y es un gran enamorado de las garnachas de zonas altas de Rioja Baja como Tudelilla, Ocón y otras. “Para todos los que somos partidarios de potenciar las diferentes zonas y de no hablar de un rioja estandarizado y homogéneo, hay muchísimo juego”, asegura. 

Otra zona a la que Muga recurre habitualmente para sus blancos, rosados y cavas (la gama de vinos que elabora su hermano Isaac) es el valle del Najerilla. De cara a los blancos también han empezado apostar por la garnacha blanca, aunque son viñas jóvenes que no utilizan todavía.

Retos de futuro

Desde un punto de vista más amplio Jorge cree que “hay que repensar la viticultura”. Por ejemplo, cuenta que la forma de poda tradicional en Rioja provoca grandes cortes y eso puede convertirse en un problema en un contexto de mayor incidencia de enfermedades de la madera. 

También está el dilema entre vaso y espaldera. En su experiencia, hay mejor sanidad en la espaldera. Aunque ellos vendimian todo a mano, esta conducción permite mecanizar el cultivo, sobre todo de cara a tareas tan laboriosas como el deshojado, pero “en las tierras pobres y arenosas volvería al vaso”. 

Respecto al cambio climático, lo nota sobre todo en la gestión de plagas (polilla, araña amarilla, mosquito verde…), lo que puede ser problemático cuando se tiene una filosofía de no utilizar insecticidas. Hay un gran proyecto en marcha con bodegas del valle para crear una red datos climáticos que permite estudiar las plagas y tener estrategias de actuación más eficaces. 

Lo que está claro en la casa es la importancia del viñedo propio: “Es la única forma de dirigir la viticultura como tú quieres y eso pese a tener proveedores muy buenos que nos llevan trayendo la uva desde hace 40 o 50 años y que cultivan parcelas limítrofes a las nuestras”.

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