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1. Juan Luis y Jon Cañas 2. Finca Tío Perico 3. El Regollar 4. Cepa de benedicto 5. Futura parcela de graciano y malvasía 6. Tinos de madera y hormigón en Amaren 7. Viñedos Singulares 8. Jon Cañas y Rubén Jiménez. Fotos: Yolanda O. de Arri

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Amaren: El legado de una familia y la búsqueda de los vinos con verdad

Yolanda Ortiz de Arri | Martes 09 de Marzo del 2021

Aunque fue pionero en el embotellado de vinos de cosechero, Luis Cañas nunca se imaginó que su nombre llegaría a ser uno de los más reconocidos de Rioja Alavesa ni que viajaría por medio mundo impreso en las botellas de vino elaborado en la bodega familiar de su pueblo, Villabuena.

Nacido en 1928 y testigo de racionamientos y penurias económicas, Luis tampoco se imaginó que siendo peón de albañil en la ampliación de la ya desaparecida cooperativa Palesa de Samaniego, a donde iba a ganarse el jornal después de trabajar en la viña, estaría ayudando a construir parte de Amaren, la bodega que hoy está dedicada a Ángeles Herrera, su mujer y apoyo fundamental en el negocio hasta su fallecimiento en 1997.

“Ángeles no fue, como dice el tópico, esa gran mujer que siempre hay tras un gran hombre,” explica su hijo Juan Luis en el prólogo del libro Luis Cañas, Labrador de un Sueño, escrito por Javier Pascual para conmemorar el 90 cumpleaños del patriarca, fallecido en 2019. “Mi madre fue la gran mujer que, codo con codo junto a mi padre y aportando cada uno lo mejor de sí mismos, contribuyó a poner los firmes cimientos sobre los que hoy en día nos apoyamos”.

El primer vino Amaren (de la madre, en euskera), un tempranillo de cepas viejas, nació en 1995 buscando esa modernidad iniciada por Marqués de Riscal con Barón de Chirel. El éxito del vino y el deseo de Juan Luis Cañas de crear una marca con personalidad propia, como su madre, fueron las razones que movieron al bodeguero alavés a adquirir y reformar la antigua cooperativa, a apenas dos kilómetros de la bodega de Luis Cañas. Hoy en día Amaren produce alrededor de 300.000 botellas, de las que Ángeles de Amaren es seguramente el vino más representativo.

“Hemos mantenido los depósitos originales de hormigón, que es donde se vinifica todo junto con las tinas de madera, pero los hemos mejorado con control de temperatura”, explica Juan Luis. Han seguido criterios de sostenibilidad en la reconstrucción y han arreglado los antiguos calaos de la bodega original, del siglo XVI, en los que ahora reposan barricas de varios tamaños y ánforas y en las que se guarda el fruto del concienzudo trabajo que se está haciendo en el viñedo.

Viñedos viejos y cercanos a la bodega 

A la aventura de Amaren se ha incorporado Jon, el hijo de Juan Luis, que comenzó en el negocio familiar a los 26 años. Tras dos años “tirando de morgón” en las viñas mientras estudiaba enología en Laguardia, Jon pasó a producción y hoy, con 33 veranos y grandes dosis de pasión, se encarga de trasladar el carácter de esos viñedos familiares a la botella. Cuenta con la ayuda de Rubén Jiménez, responsable de campo en Amaren y Luis Cañas, y encargado de gestionar las 458 hectáreas divididas en 1.120 parcelas propias y arrendadas. De ellas 70 hectáreas corresponden a Amaren.

Tanto Rubén, de 43 años, como Jon insisten en que el viñedo es la base de Amaren. “Lo que buscamos son vinos con verdad, intentando no cambiar lo que viene del campo y sacando la personalidad de la uva y las viñas que tenemos”.

El reparto del viñedo entre ambas marcas se hizo en función de su ubicación. Para Amaren se buscó viñedo preferentemente en vaso de más de 15 años y concentrado sobre todo en Samaniego. “Tenemos unas pocas excepciones como el monovarietal de Garnacha, que es de una viña en Villabuena plantada prácticamente entera con esa variedad y el de Graciano, de parcelas con más de 100 años en Leza, o Amaren 60, que desde su primera añada se coge en viñedos en Leza, Samaniego y Villabuena. En cualquier caso, el 90% del viñedo está a menos de cinco kilómetros de la bodega y tiene una edad media de 50 años”, explica Rubén.

Para cuidar de todo este patrimonio vitícola, Amaren comparte con Luis Cañas un veterano equipo de 13 personas en campo, más otro de fijos discontinuos como los vendimiadores, que vienen desde hace años desde Quesada en Jaén, y que conocen al dedillo las parcelas o la poda que se requiere. 

En esta labor de cuidar también están implicados los viticultores a los que compran uva y con quienes tienen una relación estrecha. “Queremos que nos vean más como asesores vitícolas que como compradores de materia prima. Aunque este año con la pandemia no ha podido ser, les ofrecemos cursos de formación sobre sistemas más respetuosos de poda, aclareo de racimos o productos fitosanitarios para que los utilicen solo cuando sea necesario”, indica Rubén. “Por suerte, hay viticultores jóvenes; no todos son mayores. Parte de la responsabilidad de la bodega también es dar valor al territorio y ofrecer un futuro a los jóvenes de aquí, para que les sea rentable quedarse y cultivar la viña. Les pedimos buenas uvas, pero también las pagamos bien. Si pagas a 0,50 € el kilo de uva, el equilibrio se rompe”.

Un paisaje a preservar

Además de la dimensión personal, en el valor del territorio también suma el cuidado y la recuperación de la riqueza paisajística y la biodiversidad de viñedos como Tío Perico, una viña que tienen alquilada en Samaniego con vistas a la Sierra Cantabria. Es un lugar bucólico, con una encina grande en una esquina y lenguas de piedra en el suelo que interrumpen las renques de viejas cepas en vaso cuyas uvas se destinan a Amaren 60, el vino más emblemático de la bodega.

El equipo de campo aprovecha momentos de desahogo para arreglar chozos o muros de piedra seca como los que rodean ésta y otras fincas y en los que instalan hoteles para insectos y bebederos para pájaros. También regalan casetas de pájaros y árboles autóctonos a los proveedores de uva para que repueblen sus viñedos o podan los almendros para que el muérdago no los devore. “Para los que trabajamos en el campo la viña es nuestra oficina y damos por hecho este paisaje tan increíble que tiene Rioja Alavesa. Por suerte, todos nos vamos concienciando de que es fundamental conservarlo para nuestros hijos y nietos”, comenta Rubén, que fue consultor enológico antes de recalar en la comarca.

En el año 2016 Familia Luis Cañas lanzó un plan para tener todo su viñedo de Rioja Alavesa sin herbicida para 2020 pero Rubén reconoce que todavía no lo han conseguido al 100%. “Es muy complicado. No es lo mismo 50 hectáreas en 10 parcelas, que es relativamente sencillo, que trabajar con muchos viticultores y más de 1.100 parcelas con marcos de plantación estrechos que necesitan mucho trabajo manual. Todavía hay viticultores reacios o que no tienen los aperos adecuados como un intercepas, pero nuestro objetivo es conseguir abandonar los herbicidas completamente para final de este año o como tope 2022”.

La identificación de la benedicto 

Al tener tanta viña vieja, en Amaren eran conscientes de la riqueza varietal y de clones en las fincas pero a mediados de la década pasada decidieron profundizar en este asunto. Junto con el Instituto de Ciencias de la Vid y el Vino de Logroño identificaron 37 cepas de benedicto, la madre del tempranillo que está prácticamente extinta, y más de 30 variedades que llevan al menos 100 años en sus fincas como mencía, bobal, xarel.lo, parellada y otras más desconocidas y que corrían riesgo de desaparecer como marufo, morate o garró. Ahora, una vez identificadas, el siguiente paso es recuperar estas variedades y evitar la erosión genética con la plantación este año de un viñedo experimental de conservación de germoplasma que será, según Familia Luis Cañas, el más completo de la DOCa Rioja.

El potencial vitícola de alguna de estas variedades es muy interesante frente al cambio climático, asegura Rubén. Han hecho microvinificaciones con cinco de ellas —la bobal la elaboran por separado desde 2016 “para aprender”— y con el tiempo esperan hacer lo propio con las 30 variedades. “Yo estoy muy ilusionado con la benedicto y creo que nos va a dar alegrías”, explica el director de campo de Familia Luis Cañas. “En 2019 elaboramos las primeras 17 botellas de benedicto, que probablemente sean las primeras de la historia porque antiguamente se metían todas las variedades juntas al lago. Lo que descubrimos es que tiene un aroma marcado, con buena fruta, que no desentona con la zona. Da un vino con buen color y grado (14%) y la acidez acompaña con un pH de 3,5. No le falta frescura y tiene un tanino amable y refrescante pero habrá que estudiarla bien y ver cuál es su comportamiento”.

La recuperación de la diversidad varietal y clonal se verá también en breve en Carboneras, una ladera de 3.000 m2 orientada al sur que estuvo abandonada hasta 2017, cuando la familia Cañas la adquirió. “La vamos a replantar este mes con una selección de 50 clones de graciano de nuestros viñedos más viejos, y en las zonas altas vamos a poner la malvasía de las cabezadas más viejas de otros viñedos. Queremos conservar, ahondar en nuestra tipicidad y dejar este legado a los que lleguen después”.

El trabajo con los monovarietales

Precisamente la malvasía y el graciano son, junto con la garnacha, las tres uvas que Amaren vinifica por separado en su colección limitada de monovarietales. De la primera solo elaboran 1.700 litros sin paso por madera. A pesar de la aparente sencillez del proceso, Jon Cañas confiesa que es uno de los vinos más complicados de Amaren. “Para este vino solo cogemos las uvas de malvasía más oscuras y expuestas al sol, que son casi de color rojo. Además de la complicación de buscar estas uvas, la malvasía es muy oxidativa y requiere bastante trabajo para que aguante 22 meses en un huevo de hormigón y consigamos esa combinación de persistencia, grasa y fruta”, explica Jon.

De la garnacha, que proviene de una selección de viñedos de entre 100 y 120 años en Villabuena, apenas elaboran 600 litros y solo en años puntuales como 2014 o 2020, que es la añada que se está criando ahora en la bodega de Samaniego. El perfil es ágil, con notas de pimienta negra, fruta ácida y gran frescura. ¿Es éste el estilo de vino que busca? “Antes nuestros vinos tenían algo más de extracción y una madera que aportaba notas de cedro y de caja de puros, pero yo creo que esto es el futuro”, indica Jon. “Cuando saquemos este vino dentro de cinco años, queremos que tenga esa fruta”.

A pesar de que ha aportado frescura y una pasión desbordante al proyecto, Jon rehuye el protagonismo y siempre habla en plural del trabajo en Amaren insistiendo en que los vinos los hacen entre todos, desde el equipo de campo hasta los comerciales. Ese “todos” también incluye a su padre Juan Luis, con quien se palpa que hay una relación de respeto mutuo en la que no falta el sentido del humor. 

Yo le cuestiono muchas cosas para que no vea que todo es fácil; para que él mismo se haga preguntas”, comenta Juan Luis. “Y creo que lo hace, porque hay muchos días que ni duerme de lo enchufado que está”. Poco después de contarnos esto, Juan Luis expresa sus dudas sobre la propuesta de Jon de embotellar el monovarietal de graciano 2019 sin maloláctica. “La graciano de esta zona tiene acidez alta, pH bajo y grado alto y las bacterias por sí solas no arrancan”, argumenta Jon ante la mirada sonriente de Juan Luis, que ve que su estrategia da frutos. “¿Por qué vamos a forzar una maloláctica cuando el vino no la quiere hacer? El vino no son matemáticas, aita. Hay que observar y ayudar”.

Viñedos Singulares

De momento no elaboran ningún vino de pueblo etiquetado como tal, pero sí parcelarios, por los que están apostando mucho. Han conseguido la categoría de Viñedo Singular para varias fincas, aunque les parece que el límite de 35 años de edad mínima de las viñas establecido por el Consejo Regulador es bajo.

Si se hubiera puesto el corte en 50-60 años, quizás esta categoría hubiera tenido más valor”, asegura Rubén Jiménez. “Tenemos unas 350 parcelas que podrían optar a ser Viñedo Singular. Pero no solo buscamos edad elevada para esta categoría sino también que el viñedo esté en un entorno atractivo y que el vino tenga personalidad”.

El primer vino de finca de Amaren fue El Regollar. Surgió en 2014 porque veían que tenía una personalidad diferenciada gracias a los suelos ferrosos y poco profundos de la viña, de 0,8 hectáreas plantadas en 1920 y ubicada en la parte alta de Villabuena. “Era el único que pisábamos porque es poca cantidad, pero le conté a Jon que su abuelo y yo al principio pisábamos todo con los pies y dejábamos el trasnocho, como se hacía antes en los pueblos, y ahora pisa todos los vinos”, explica Juan Luis. 

Con sus orquídeas salvajes, hierbas aromáticas, higueras, olivos, melocotones y cepas viejas con acodos aflorando entre la roca madre, la viña, trabajada con mula, es de auténtica postal, y de hecho es una de las que se puede ver en las visitas enoturísticas que organiza la bodega. En El Regollar mezclan siete variedades, blancas y tintas, para conseguir, según Jon, un tinto “complejo pero sedoso, con buena fruta y sin aristas de la madera”, que es la línea de vinos que buscan en general en Amaren. “No hago vinos pensando en venderlos sino por la personalidad del viñedo”.

Además de El Cristo de Samaniego, que nace de una viña plantada en 1980 a 685 metros de altitud y Viña Chelus, de una viña vieja con mezcla de variedades del mismo pueblo, el cuarto vino de finca en el mercado es Carraquintana. Proviene de tres terrazas colindantes de poco más de una hectárea en Leza plantadas entre 1930 y 1962 mayoritariamente con tempranillo pero también con casi 300 plantas de malvasía que aportan al vino unas seductoras notas florales. “En esta parcela vendimiamos todas las variedades juntas por lo que tenemos que trabajarlas bien para que maduren a la vez”, explica Jon. “Es mucho trabajo para tres barricas, pero el resultado me emociona. Detrás de su aparente fragilidad y de esas notas de flor de rosa, hay un vino con estructura, complejidad y gran recorrido”.

Investigación y blancos de guarda

Junto con la decena de vinos que Amaren tiene en el mercado, el tándem Jon-Rubén está siempre dispuesto a aceptar nuevos retos. En breve comenzarán en un rincón de la bodega de Amaren las obras de lo que será la zona de i+d+i de Familia Luis Cañas, donde podrán hacer pruebas con todo lo que salga del viñedo experimental, pero mientras tanto vinifican parcelas individuales, elaboran variedades por separado como una calagraño o crían una refrescante y directa garnacha en ánfora. Desde el año pasado también tienen cuatro barricas de sendas parcelas en Samaniego y Villabuena — pero con expresiones completamente diferentes— con el fin de hacer un gran blanco de guarda. “Al final del año haremos una cata de las cuatro a ver cuál nos gusta más y al vino resultante le llamaremos Begoña, como mi madre”, explica Jon.

Josemi Zubia, el director comercial de Familia Luis Cañas, recuerda que Juan Luis Cañas fue de los primeros en la zona en recuperar la elaboración de blancos en 1989 y siguiendo con el espíritu emprendedor de su padre, también de los primeros en hacer un blanco fermentado en barrica. A pesar del carácter innovador de la familia, que también es propietaria de Dominio de Cair en Ribera del Duero, y de los recursos que dedican al viñedo, Josemi cree que la casa no tiene el reconocimiento que se merece. “Quizás Juan Luis tiene la imagen de bodeguero empresario y la gente no sabe que él está siempre a pie de bodega y preocupado por el viñedo. Es algo que tenemos que tratar de mejorar”. 

¿Creéis que la crítica os trata bien?, les pregunto. “Nuestra máxima es hacer vinos para disfrutar. Ese es el motor. A veces la crítica no tiene en cuenta a quienes les va bien y prefieren descubrir otras cosas. Pero ¿quién hace una viticultura sostenible en más de 1.100 parcelas con el control que seguimos aquí? ¿10 en toda Rioja?”, se pregunta Juan Luis. “Hay gente que me dice: 'es que vuestros vinos se ven en todas partes' y parece que eso molesta. Y yo digo: hacemos 1,5 millones de botellas de crianza de Luis Cañas, no seis millones. Lo que pasa es que tenemos una red de comercialización fantástica que consigue que estemos en los sitios en los que hay que estar, pero de hecho seguimos con cupos mensuales. Hemos decidido no crecer más porque el viñedo, la bodega y el personal están equilibrados. Ahora se trata de que con este tamaño hagamos las cosas mejor. Y de disfrutar con caprichos como los vinos tan especiales de Amaren”.

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