Pasión por el vino español

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Cuenllas es uno de esos lugares de toda la vida de Madrid. Fundado por la familia del mismo nombre en 1939, el establecimiento comenzó siendo una mantequería en la que las familias acomodadas de la ciudad se proveían de legumbres, conservas, embutidos y otros productos de calidad. Con el paso de los años, Cuenllas abrió un bar de tapas con un pequeño comedor en un local adyacente a la tienda de Argüelles, al que se sumó otro más pero que hoy en día está cerrado por culpa de la crisis.

Ángel Cuenllas se encarga de la tienda, en la que se siguen vendiendo productos seleccionados como quesos, fiambres, aceites, jamón y una fantástica oferta de vinos y destilados del mundo con algunos de los nombres más rutilantes de Borgoña, Burdeos o Champagne.

Al frente del bar-restaurante contiguo está su hijo Fernando, gran aficionado al vino y siempre dispuesto a ofrecer interesantes sugerencias líquidas para acompañar su carta, que incluye tapas y platos clásicos como la ensaladilla rusa, los canelones al txangurro o la carrillera estofada y otros más contemporáneos como el delicioso arenque del Báltico con remolacha, manzana asada y queso comté.

El servicio es eficiente tanto en barra como en las mesas, atendidas por camareros de modales impecables y uniformados con chaquetilla blanca, como en los locales tradicionales de antaño. Junto a las tapas, en la barra se sirve una modesta selección de vinos por copas, pero gracias al Coravin, Fernando ahora abre botellas que antes solo se vendían enteras y que guarda en su surtida bodega, como un Marqués de Riscal Gran Reserva del 83, un Ganevat del Jura o un Barolo de Oddero, una de las bodegas más interesantes del Piamonte. Su selección de jereces es también notable con joyas como La Bota de Amontillado nº9 todavía en sus estantes.

La calidad de los productos de Cuenllas y el trato son excelentes, pero hay que tener en cuenta que es una calidad que se paga. Una comida para dos puede salir en torno a los 80-90 euros, sin contar el vino; con maridaje, la factura puede doblarse. Para alguna ocasión especial —o si el bolsillo lo permite— la experiencia merece la pena. Y.O.A.