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1. Bárbara y Guzmán, en la entrada de su restaurante en Villanueva de Ávila 2. Vistas desde el pueblo 3. Comida en La Querencia 4. Bárbara en el viñedo de Pelito Lindo, en el paraje de Navahondilla en el Alto Alberche Fotos: Yolanda Ortiz de Arri

Bodega destacada

Las Pedreras, talento joven y viña nueva en la sierra de Gredos

Yolanda Ortiz de Arri | Martes 09 de Enero del 2024

En las dos últimas décadas, Villanueva de Ávila ha perdido casi el 50% de sus habitantes. Con 10,2 residentes por km², este municipio a 125 km al oeste de Madrid en la cara norte de la sierra de Gredos está, según los criterios de la Unión Europea, en riesgo alto de despoblación. Como en tantos lugares de la España vaciada, no hay tiendas, la escuela cerró hace años y el médico solo sube un par de veces a la semana para atender a los vecinos, personas mayores en su inmensa mayoría.

A pesar de ser un pueblo donde la gente que se va no se reemplaza, hay personas como Bárbara Requejo y Guzmán Sánchez —cosecha del 92 y 89, respectivamente— que están convencidos de que Villanueva de Ávila es el lugar ideal para echar raíces y labrarse un porvenir.

La elección de Villanueva no fue al azar. El padre de Guzmán nació allí y aunque vivían en Ávila, los Sánchez siempre mantuvieron un vínculo con las viñas familiares, hasta el punto de que Guzmán se mudó al pueblo en 2016 para abrir La Querencia tras trabajar en las cocinas de Zalacaín en Madrid o El Almacén en Ávila. Su restaurante no es solo el mejor lugar para comer y beber de Gredos, sino que también le dio la oportunidad de conocer a Bárbara, enóloga vallisoletana curtida en bodegas como Château Haut-Brion (Burdeos), Pierre Peters (Champagne), Quartz Reef (Nueva Zelanda), Viña Ventisquero (Chile) y Peay Vineyards (California), y clienta habitual por su trabajo como directora técnica en la bodega Soto y Manrique de Cebreros desde 2017 hasta principios de 2020.

Guzmán hacía vino para La Querencia con las viñas de su padre y de otros vecinos de Villanueva. Durante la pandemia, con el restaurante cerrado, se dedicó a trabajar las parcelas familiares y, gracias al apoyo y a los conocimientos técnicos de Bárbara, el hobby se acabó convirtiendo en el proyecto vital de la pareja. Bajo el nombre de Las Pedreras, trabajan en el valle del Alto Alberche, la zona más noroccidental, fría y de mayor altura de la sierra de Gredos (unos 900 m de media) y clima continental de montaña con precipitaciones anuales de 1200 mm, algunas de ellas en forma de nieve.

 

Apuesta por nuevas plantaciones

Su primera vendimia en esta región de orografía dramática y donde domina el granito fue en 2020. Para entonces, Comando G, la bodega que dio fama internacional a Gredos, ya había obtenido 100 puntos Parker con Rumbo al Norte, su icónica garnacha de Villanueva, y crecía el interés por el valle del Alberche con nuevos proyectos como Amigos del Tiempo (con Raúl Pérez como enólogo), Rico Nuevo (Juanan Martín y Julio Prieto) o Alto Horizonte (Aurelio García y Micaela Rubio), entre otros. “Veíamos que los precios estaban subiendo y nosotros sabíamos que no íbamos a poder competir en ese mercado. Gredos tiene gran potencial con su viñedo viejo, y de hecho hemos invertido parte de nuestros ahorros en comprar viñas antiguas, pero también vimos la oportunidad de centrarnos en plantar viña nueva y cultivarla con una mentalidad abierta y con más libertad”, explica Bárbara.

Feliz de que quisieran plantar viña en su pueblo, el padre de Guzmán les llevó un día a La Encarabenera, un extenso paraje de montaña en el término municipal de Navarrevisca a 1.230 metros de altura y en el límite de la zona de cultivo donde los corzos viven a sus anchas entre matorrales, bosque y enormes rocas. Desde allí, en un día sin nubes, se ve casi todo el valle del Alberche, el Pico de Las Pedreras, que da nombre al proyecto, y hasta la sierra de Guadarrama, a 90 km en línea recta desde la viña. 

En La Encarabenera, la familia Sánchez tenía un terreno de una hectárea donde hace 50 años cultivaban centeno. “Nos enamoramos del lugar en cuanto lo vimos así que en 2020 iniciamos la tramitación de los permisos y plantamos a principios de 2022”, explica Bárbara mientras se disculpa por hacernos caminar hasta la nueva viña por un estrecho camino de tierra. “Tengo una furgoneta vieja, con agujeros en el techo, pero como ayer llovió se mojan los asientos. Es un vehículo para el verano”, bromea.


A la costosa labor de preparar un terreno tan rocoso en una zona aislada y olvidada, se une la necesidad de cercar la viña para protegerla de los animales. La suerte es que nunca se ha tratado con productor químicos, lo que encaja con la filosofía de la pareja de trabajar en ecológico y en secano estricto y favorecer la vida de los suelos. El material vegetal procede de sus garnachas viejas de Villanueva, más algo de garnacha blanca de vivero --en el Alto Alberche apenas hay variedades blancas, salvo algo de chelva y jaén que se consumían como uva de mesa.

Aunque las cepas todavía son muy jóvenes y no han podido hacer calicatas, Bárbara y Guzmán ven potencial en La Encarabenera. “Nos esperábamos un suelo más pobre y rocoso, pero realmente solo la esquina de arriba cambia completamente. Allí es mucho más blanco, con más piedra rota y las plantas son una quinta parte del resto”, explica Bárbara. “Es una viña con vigor y creemos que en parte también se debe a la selección masal. Las plantas ya están adaptadas a las condiciones climáticas de la zona”.

Sí que tienen que vigilar la erosión producida por las lluvias invernales. “Vamos a dejar cubierta vegetal porque hay mucha pendiente, pero de momento hay que arar porque las cepas son jóvenes y no queremos tanta competencia, sobre todo en verano”, asegura Bárbara. Otro riesgo con el que tienen que convivir en el Alto Alberche son las heladas de primavera. “El año pasado se nos heló una viña de Villanueva, que tiene más humedad, mientras que aquí solo sufrieron daños unas pocas plantas de los primeros líneos. Por suerte, está protegida del norte por un risco”.

Recuperar el pasado vitivinícola del Alto Alberche

Tras adquirir La Encarabenera, Guzmán y Bárbara decidieron invertir el resto de sus ahorros en comprar dos viñas viejas de las que salen sus dos vinos de paraje, Vertiente de las Ánimas y Pelito Lindo.

A 1.070 m de altitud y con orientación noreste, Vertiente de las Ánimas son tres parcelas de garnacha vieja de 0,6 ha rodeadas de castaños, robles y monte. Está en el paraje de Las Herguijuelas, a donde se llega dando un agradable paseo desde Villanueva. Aquí han comprado también un terreno que en su día fue viña y donde han plantado 1.000 m2 de una selección masal de garnacha. 

Esta zona, situada en las faldas del pico de Las Pedreras, es particularmente fría, húmeda y sombría, por lo que ha sufrido muchos arranques y abandono de viñedo. “En 2021 se vendimió en la primera semana de octubre con una acidez altísima. Imagínate hace 30 años, cuando todavía hacía más frío y la uva no maduraba para el perfil que se buscaba; los mayores que tenían viña en Villanueva y Navatalgordo, una zona más cálida y cercana al río, se quedaban con la de Navatalgordo”, explica Bárbara, que alerta de que edad y calidad no van siempre de la mano. “Aunque estamos muy agradecidos de trabajar viña vieja, sabemos que no toda la que se mantiene es por las cuestiones que ahora nos interesan”.


El tema del abandono del viñedo por el éxodo rural y su consiguiente transformación en monte es algo que preocupa a Bárbara y Guzmán, pero también a otros productores locales y a la administración local, que busca dinamizar la comarca más allá de ser un destino vacacional de montaña durante los meses de verano por su cercanía a Madrid. La legislación forestal limita y controla cambios en pastos arbustivos, robledales y en la limpieza de montes, pero según Bárbara, la única opción para que esta zona tenga futuro es que recupere su pasado vitivinícola. “Yo entiendo el problema que tenemos en España de deforestación pero no es lo mismo quitar monte para cultivar en una zona que había viñedo que para construir casas de campo. La viña y el bosque pueden convivir perfectamente”.

Incendios como el del verano de 2022 en la sierra de Ávila, que llegó hasta el término municipal de Burgohondo, son también una gran preocupación para los viticultores de la zona. “Imagínate la tensión que fue para nosotros saber que teníamos una viña con cubierta vegetal y muchas probabilidades de que el fuego se la llevase por delante. El monte es como una casa; hay que mantenerlo y limpiarlo para que no sea un riesgo ni para ti ni para los demás. ¿Por qué una persona que hereda un par de hectáreas se puede olvidar de ellas? No tiene sentido, pero lo cierto es que la agricultura se considera una actividad de tercera categoría”, se lamenta Bárbara. “Todavía hay opciones de recuperación pero se necesita un cambio en la legislación a favor de los que vivimos en el mundo rural”.

Parajes especiales

Las Pedreras también tiene unas 0,7 ha de viña vieja en Navahondilla, un paraje al oeste de Villanueva (no confundir con el pueblo de Navahondilla, también en Ávila, pero en las estribaciones orientales de Gredos). En esta zona, que subsistió porque los viticultores locales hacían vino para casa, se aprecia más actividad vitícola y viñas más cuidadas.


Para llegar hasta las cepas de Las Pedreras pasamos por un antiguo mojón, un viñedo vallado con una cerca de metal (de Amigos de Tiempo) y por otro conducido con estacas (de Comando G, que acaba de construir su bodega nueva en este paraje). Según Bárbara, todos los productores tienen buena relación entre ellos. “El valle del Alto Alberche es una zona tan limitada y con tan poca infraestructura que no nos queda otra. Dani y Fer, de Comando G, nos han prestado este año un tanque para fermentar y nosotros a Amigos de Tiempo les hemos dejado la despalilladora. Juanan de Rico Nuevo me ha permitido hacer análisis en su laboratorio y yo a él le ayudo en lo que puedo”.

Del paraje de Navahondilla, en el centro del valle del Alberche, nace su vino Pelito Lindo. Son terrazas salpicadas de enormes piedras, con escasos rendimientos (600 kg) y donde todo el trabajo es manual, desde el estercolado y la poda de las cepas nonagenarias en invierno a la vendimia en otoño. Está dividida en dos partes porque en su día fue de dos propietarios, uno de ellos apodado Pelito Lindo. Guzmán, que, según Bárbara, tiene mucha habilidad para tratar con la gente —y además cuida de la viña de Pelito Lindo desde 2018—, consiguió que sus herederos se la vendieran mientras que el otro trozo, que era de un señor mayor del pueblo, lo compraron en 2021. "La primera vez que lo elaboramos fue 2020 y la barrica ya daba señales de tener su propio carácter. La añada 2021 fue increíble, y lo comercializamos por primera vez”, cuenta Bárbara, mientras sube por las terrazas con la agilidad y el brío que le otorgan sus 31 años.

Algún día quieren hacer más terrazas en las pendientes sin recuperar, pero tienen que ir poco a poco. “Cuidar bien de estas viñas conlleva muchos costes y mantenimiento y sería interesante desarrollar la figura del viticultor independiente que sólo viva de su uva, algo que hoy en día no existe. Es más, en la zona solo hay una bodega que viva como tal de la bodega; nosotros subsistimos gracias al restaurante de Guzmán y a mis asesorías”.


La casa de la familia Sánchez en el Barrio de los Arroyuelos en Villanueva fue su bodega durante las tres primeras añadas. Es una construcción de piedra seca tradicional con un prado y un pequeño museo de aperos y objetos agrícolas locales coleccionados por el padre de Guzmán. A pesar de ser un espacio compacto, Bárbara y Guzmán llegaron a vinificar 32.000 kg. de uva. “Estamos bajo tierra y la crianza es de muy buena calidad, pero cuesta trabajar aquí porque es todo manual y limpiar las barricas era muy difícil”, indica Bárbara.

Desde la añada 2023, la pareja se ha trasladado a una nave que el ayuntamiento de Villanueva alquila a nuevos proyectos vinícolas como Las Pedreras o Agrourdiense, otro pequeña bodega donde Bárbara hace asesoramiento integral. “Aquí el trabajo es mucho más fácil, pero sí que vamos a mantener la bodega antigua para visitas”, añade.

Los vinos

El coqueto y cuidado Barrio de Los Arroyuelos, uno de los 19 núcleos construidos antiguamente cerca de las tierras de cultivo o pastoreo que se unieron a mediados del siglo XX para formar el actual pueblo de Villanueva, da nombre al tinto de mayor producción de Las Pedreras.

Barrio de Los Arroyuelos (5.200 botellas, 16 €) mezcla hasta 20 parcelas de garnacha de tres pueblos: Villanueva de Ávila, Burgohondo y Navatalgordo. Cada viñedo se elabora dependiendo de las condiciones de la añada y se cría por separado en barricas de roble de diferentes volúmenes o en tanques de acero inoxidable para posteriormente decidir un assemblage final. Es uno de sus dos vinos regionales del valle del Alberche junto con El Arquitón (4.000 botellas, 16 €), su cuvée inaugural en 2020. Este último es un rosado de garnacha de prensado directo y fermentación y crianza sin trasiegos en barricas de roble usado. Para la primera añada, 600 botellas, utilizaron viñedo solo del Alto Alberche pero ahora también compran uva de San Juan de Molinillo, un pueblo en la sierra de Ávila, a 1.050 metros de altitud. “Es una zona que nos gusta para el rosado porque las viñas tienen mayor rendimiento y la maduración es un poco más lenta”, indica Bárbara.

Vertiente de las Animas (1.000 botellas, 33 €) surgió al vinificar los parajes por separado y darse cuenta de que las tres parcelas propias que componen este vino perfumado, delicado y mineral tenían una calidad especial y un carácter diferente. Normalmente es el último paraje en vendimiar, y el vino se cría durante 10 meses en barricas de roble de 225 l de Sylvain y 500 l de Stockinger.

Pelito Lindo es el segundo vino de paraje (1.000 botellas, 50 €) y proviene de Navahondilla, donde tienen tres viñedos en propiedad en suelos de granito rosáceo que marcan el vino con matices animales y ahumados. Profundo y complejo, este vino lleva un 30% de racimo entero y la crianza es igual que en Vertiente de las Animas. “No tengo un protocolo para elaborar tintos”, comenta Bárbara. “Estamos aprendiendo de la viña y cada año es diferente. Me gusta trabajar con racimo entero pero solo en una pequeña parte. Y en cuanto a las maceraciones, son más cortas o largas en función de la añada”. Al trabajar con viña vieja y en secano, la cosecha marca mucho, asegura, aunque reconoce que su trabajo, antes de llegar a Gredos, siempre estuvo más enfocado en bodega que en campo y ha aprendido a base de prueba y error. “La 21 fue muy buena, la 22 aquí fue un desastre y con la 23 estamos satisfechos”.


Burbujas de Arquitón, Linarejos y La Coronela son elaboraciones pequeñas, a las que Bárbara llama sus “cuvées satélites”. Mientras que el resto de su gama se acoge a la DO Cebreros, estos tres están fuera. Burbujas de Arquitón (600 botellas, 22 €) es un espumoso de método ancestral y con una crianza de 16 meses buscando que la burbuja se integre y se afine. Ligero, refrescante y frutal, es un vino sencillo y para disfrutar sin reparos. Linarejos (700 botellas, 24 €) es un albillo real de una parcela plantada en 1921 en Cebreros. Estaba muy descuidada cuando la adquirieron en 2021 y solo elaboraron 200 litros en damajuana. Como el resultado no les convencía y su filosofía es de assemblage, un día bebiendo un Monopole Clásico de Cvne se les ocurrió animarlo con un 6% de manzanilla. El resultado gustó tanto a su importador británico que se llevó toda la producción, pero ahora, que tienen una barrica de 300 l y damajuanas, el vino se vende también en España (Massal Selection y Cuatrogatos son sus distribuidores). Los rendimientos en esta viña son limitados, pero no descartan comprar uva en Cebreros ni hacerse con una bota sanluqueña si deciden ampliar producción.

La Coronela (1.000 botellas, 28 €) es la conexión de Bárbara con sus raíces en Roa, el pueblo de su familia materna en la Ribera del Duero. Su abuela tiene allí una viña vieja de tempranillo con algo de uva blanca (5%) que Bárbara vendimia y elabora en Villanueva. Lo hace con algo de raspón y lo cría durante 12 meses en barricas usadas, intentando buscar un equilibrio entre el carácter de la tempranillo de Roa y los vinos que le gustan, con algo más de acidez y frescura.

El objetivo ahora es conocer mejor sus 3,5 ha de viña vieja y sus nuevas parcelas, estabilizar la producción en 20.000-25.000 botellas, cuidar sus mercados (exportan el 90%), ir plantando más a medida que Las Pedreras se vaya consolidando, seguir dando bien de comer y beber en La Querencia y vivir y formar una familia en el pueblo. Como las grandes rocas de granito que definen el paisaje de esta tierra austera y despoblada, Bárbara y Guzmán están en Gredos para quedarse.

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