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1. Beatriz y Pepe, en una de sus viñas en Cabanés. 2. Carrasquín 3. Una viña en terraza y al fondo, una de las que cultiva Vidas en ladera 4. Vendimia 5. Viña Santana 6. Vila de Moral 7. Gama Cien Montañas Fotos: Yolanda O. de Arri y Bodega Vidas

Bodega destacada

Las Siete Vidas de los vinos de Asturias

Yolanda Ortiz de Arri | Miércoles 06 de Enero del 2021

Cuando tomaron la decisión de retornar a su tierra a principios de la década pasada, Beatriz Pérez y Pepe Flórez eran muy conscientes del reto y las dificultades de dejar su trabajo como investigadores para convertirse en viticultores y productores en Cangas del Narcea, en Asturias.

Doctores en física y química respectivamente, Pepe todavía continúa trabajando como divulgador científico pero acompaña a Beatriz en las labores del campo y bodega todas las tardes y fines de semana. “Por tradición familiar, siempre habíamos convivido con el vino de Cangas pero decidimos que queríamos profundizar más en la zona y elaborar nuestros propios vinos,” explica la pareja, que en 2012 fundó Bodega Vidas (las iniciales de Vino de Asturias).

Con apenas 50 hectáreas de viñedo y siete bodegas, Cangas del Narcea es hoy en día la denominación de origen más pequeña de España y probablemente la más desconocida. A diferencia del resto de Asturias, la sidra nunca fue la bebida local en esta zona lindante con Lugo y León, menos lluviosa y más soleada que el resto del principado. Sí que hay una tradición vinícola, tan antigua como olvidada, que se remonta al siglo IX, cuando surgen los primeros monasterios, y en especial a los monjes benedictinos que fundaron el Monasterio de San Juan Bautista de Corias —hoy en día parador nacional— en el siglo XI. 

Hasta bien entrado el siglo XX, la explotación de la madera y especialmente la producción de vino, eran las principales actividades económicas de Cangas. Además de contar con un vivero, fue la primera zona de España en tener viñedo en espaldera (finales del siglo XIX, por lo que la viña vieja está conducida con alambres), pero tal y cómo explicó Pedro Ballesteros MW en este interesante artículo, la expansión de la minería del carbón a partir de la década de 1950 y el abandono del medio rural trajeron consigo la casi desaparición del viñedo cangués, que pasó de 1.500 hectáreas en 1956 a las 60 actuales. 

Pendientes de vértigo, pájaros y minifundio

Hoy en día, un puñado de productores como Vidas intentan revivir esta tradición a fuerza de trabajo y tesón. El minifundio y la orografía de la zona, montañosa y con pendientes de más de un 30%, obligan a hacer todas las labores en viñedo a mano. De hecho, como comenta Beatriz, ataviada con botas de monte siempre que sube a las viñas, Cangas del Narcea está reconocida con el sello internacional de Viticultura Heroica. Además de las dificultades físicas, los productores también tienen que competir con los pájaros y los jabalíes, que reclaman su parte de la cosecha. “En aquella viña vieja”, indica Beatriz, señalando hacia la ladera opuesta, “llevé 30 cajas para vendimiar y solo llené seis”.

Beatriz, que fue presidenta de la DOP Vino de Cangas desde 2016 hasta mediados de 2019, cultiva junto a su marido 16 parcelas repartidas en cinco hectáreas de viñas viejas arrendadas y una propia en los alrededores de Cangas de Narcea. Aunque la denominación permite hasta 15 variedades, incluidas algunas foráneas como syrah o gewürztraminer que ya estaban plantadas cuando se fundó la DO en 2008, Vidas solo trabaja con cuatro castas autóctonas —albarín blanco (blanco lexítimo), albarín negro (baboso), carrasquín y verdejo negro (bastardo o trousseau). También cultivan algo de mencía, una variedad que, como comenta Beatriz, “no está del todo adaptada y no madura bien” pero que se plantó en su día por la proximidad con el Bierzo, distante apenas 120km. 

En Castro de Limés, una pedanía al sureste de Cangas, Beatriz y Pepe trabajan tres parcelas con mezcla de variedades en una ladera abierta con suelos de pizarra y pendientes de vértigo. Las viñas nuevas se plantan en bancales, pero aquí, en el formal (paraje) de Cabanés, no existen esas comodidades y se necesitan rodillas y piernas fuertes para aguantar en condiciones un día de poda, tratamientos o vendimia. Beatriz no sabe exactamente la edad de las viñas pero dice que a sus casi 80 años, Mateo, uno de los propietarios, siempre les cuenta que venía de crío a esta viña con su abuelo. 

En la ladera opuesta, al otro lado del río Naviego, cultivan la viña de la Vila del Moral, en el pueblo del mismo nombre. Como las de Cabanés, está en una pendiente sin bancales pero Beatriz confiesa que le tiene un cariño especial. “Está rodeada de bosque y prados. En verano en Cangas llegamos a los 35ºC fácilmente, pero en Moral siempre corre la brisa”. 

También fue la primera viña con la que hicieron su añada inaugural, primero comprando la uva y después arrendando la viña. “Al principio nadie nos quería alquilar sus fincas pero ahora viene un montón de gente, sobre todo los mayores de la zona, porque ellos solos no pueden atender todo,” añade Pepe. Aunque ninguno de los dos quiere que ese patrimonio se pierda, dicen que no pueden hacerse cargo de tanta viña. “Al ser todo manual, el viñedo aquí da mucho trabajo así que nos quedamos solo con las que más nos gustan. Aun así, a veces no compensa económicamente,” asegura la pareja, que no usa herbicidas y a partir de la floración procuran hacer todos los tratamientos en ecológico.

La importancia de las variedades

Al trabajar principalmente con viña vieja, las variedades están mezcladas, por lo que hacen diferentes pases en función de la madurez pero las primeras siempre son la albarín blanco y la verdejo negro, una variedad que debe cogerse en su momento justo para mantener la acidez. La carrasquín, de ciclo largo, se suele recoger un mes más tarde. Ésta última junto con la albarín negro son las variedades más presentes en su viñedo.

Vidas es de las primeras bodegas en recoger las uvas de Cangas, una zona más inspirada generalmente en Ribera del Duero o Rioja que en Galicia o Bierzo, pero la vendimia de 2020 pasará a la historia, no solo por ser la de la pandemia, sino también por ser la más temprana y corta de su trayectoria. “Empezamos el 14 de septiembre y acabamos el 1 de octubre,” explica Beatriz. “Ha sido un año raro en todos los sentidos. Todas las variedades maduraron antes y de forma muy rápida al final y la acidez de los vinos, que suele ser de 7 g/l, este año ronda el 5 g/l”. 

Cuando empezaron en 2012, Beatriz y Pepe decidieron elaborar sus vinos por variedades para familiarizarse bien con el comportamiento de cada una de ellas en sus diferentes parcelas. Tras siete vendimias, en 2020 por fin decidieron elaborar su primer vino de finca pero un accidente en la viña les ha obligado a posponer la idea para la próxima cosecha. “Era el anteúltimo día de vendimia. Estábamos a punto de salir hacia la bodega con 1.500 kg de uva cargada en cajas, pero el tractor venció al arrancar y dio una vuelta entera por la ladera. Afortunadamente el chico que nos ayuda en el campo, que iba conduciendo, tuvo los reflejos para saltar de la cabina y no le pasó nada”, comenta aliviada Beatriz, “pero lo que no pudimos recuperar fue la uva”.

Ocho vinos y nueva viña de blanco

Hasta que tengan el nuevo tinto, las dos gamas de Vidas, que cuenta con el asesoramiento del enólogo Luis Buitrón, incluyen ocho vinos que suman unas 20.000 botellas en total. Siete Vidas incluye dos vinos jóvenes —un Albarín Blanco y un tinto de coupage de variedades autóctonas y mencía, conocido en la zona como mezcla canguesa— además de Siete Vidas Roble, que mezcla albarín negro, carrasquín y verdejo negro, fermentado y criado en una tina de roble francés de 3.000 litros. Viva la Vida, por su parte, es un tinto de mezcla canguesa que se cría 10 meses en barrica de 500 litros.

En honor al himno de Cangas están los Cien Montañas, que tienen como objetivo dar a conocer las diferentes variedades autóctonas de la zona: los tintos Albarín Negro, fresco y con tanino vivo pero fino; Carrasquín, con concentración y volumen, y Verdejo Negro (la primera añada de éste es 2016) y un albarín blanco trabajado con lías en barricas. La producción del blanco es de apenas 600 botellas —Cangas es una zona eminentemente de tintos— pero pronto esperan tener más uva de la hectárea de viña que han plantado a 600 metros en Santana, donde los Flórez tienen la casa familiar. Los tintos fermentan en barricas abiertas con algo de raspón y en el caso del carrasquín, la variedad con más personalidad y estructura, lo hace en foudre. Ninguno de los vinos de Vidas supera los 20 € y, excepto un par de importadores que tienen en Reino Unido y California, el resto se vende en España.

Centrados en el viñedo, la bodega en la que trabajan ahora mismo es un pabellón alquilado en los bajos del bar El Carrascal en Oubanca, en la ladera frente a Cangas. Si las cosas van bien, su idea es construir su propia bodega en Santana, junto a la nueva parcela de blanco. De momento, ellos están contentos con ir poco a poco pero con paso firme y poner su granito de arena en una tierra en la que creen que hay un gran potencial. “Sería un punto de inflexión si viniera algún productor consagrado con interés en hacer vinos de terruño”, confiesa Beatriz, que lamenta que no cuajara hace años el acuerdo de Raúl Pérez con una bodega, ahora fuera de DO, para elaborar vino en Cangas. “Alguien con su talento y su carisma nos ayudaría mucho a hacer zona”.

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