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1.Campo Viejo. 2. La Gravera. 3. El Celler de Can Roca. 4. Monvínic. 5. Wine Fandango. Fotos cedidas por los establecimientos o extraídas de sus webs.

Experiencias

Arquitectura e interiorismo al servicio del vino

Amaya Cervera | Martes 16 de Febrero del 2016

El arquitecto Ignacio Quemada se define a sí mismo como autor de “la bodega exagerada”. La caracterización es perfecta para las gigantescas instalaciones de Campo Viejo, enterradas en una tranquila meseta cubierta de viñedo a las afueras de Logroño. 

Quemada nunca quiso esconder el tamaño, pero sí ofrecer una perspectiva amable al visitante. Para él, los durmientes que permiten apilar barricas a cinco o más alturas son un “invento diabólico”. Por eso creó una pasarela a la altura de la última línea para contemplar semejante mar de roble desde una perspectiva horizontal. 

La pasarela de Campo Viejo refleja el concepto de itinerario, promenade o paseo. La bodega del siglo XXI no es sólo un espacio funcional o industrial para elaborar vino, sino también el lugar en el que se recibe a aficionados y enoturistas. 

Así se puso de manifiesto en la jornada Retos de la arquitectura de bodega. Cultura y Percepción organizada por la empresa de pavimentos y revestimientos cerámicos Matimex dentro del programa de actividades de su showroom Mae. Los ponentes: arquitectos, interioristas, propietarios y gestores de bodegas, y también sumilleres.

Entre el espectáculo y la integración en el paisaje

En las dos últimas décadas, muchos grandes nombres de la arquitectura han dejado su huella en el paisaje del vino español: Foster (Portia), Mazières (Viña Real), Gehry (Riscal), Rogers (Protos), Moneo (Arínzano) o Hadid (Viña Tondonia). Por otro lado, la entrada en el sector del vino de inversores procedentes del mundo de la construcción dio mayor relevancia –desmesurada en algunos casos– a la arquitectura de las bodegas.

Relja Ferusic, un joven arquitecto nacido en Sarajevo y formado y afincado en Barcelona, criticó durante las jornadas que el hotel diseñado por Gehry para Riscal compita con el campanario de la iglesia de Elciego y haya alterado el paisaje del municipio. ¿Qué pasaría si hubiera un edificio así en todos los pueblos del entorno?”, se pregunta. 

Para Ferusic, cuyos proyectos de bodegas incluyen el premiado edificio de La Gravera en Costers del Segre o Mas Rodó en Penedès, vino y arquitectura son cultura. “Intentamos crear instalaciones industriales que no perjudican el entorno”, señaló. “Para nosotros, el vino, el trabajador y el visitante son nuestros usuarios. La arquitectura es una balanza en la que valorar y combinar distintas piezas; es el resultado de necesidades variadas y no se debe abordar de forma forzada”.

En Alfredo Arribas, impulsor de los proyectos Portal del Priorat, Vins Nus y Trossos en las denominaciones de Priorat y Montsant se unen la figura del arquitecto y la del elaborador. Arribas habló de una posible clasificación de bodegas por tipologías, desde los fastuosos châteaux pasando por las naves industriales a las instalaciones integradas en el paisaje, que sería el caso de la modesta e inacabada bodega de su abrupta finca de Clos del Portal en Priorat. La considera una edificación “itinerante” porque aún se están definiendo los vinos y los espacios. “La finca es un lienzo al que se incorporan trazas y colores”, dijo. 

Para Arribas, “el gran discurso es cómo trabajar a escala y posicionar un edificio anómalo en un paisaje que nunca lo ha esperado”. Para su colega Josep Vendrell, que ha proyectado y desarrollado las instalaciones de Gramona, se trata también de “compatibilizar la bodega pensada desde dentro con la bodega que se puede visitar”.

Los ponentes coincidieron en que tanto el enoturismo como la arquitectura aportan valor añadido al vino. Bodegas como Abadía Retuerta, con su monasterio brillantemente restaurado y reconvertido en hotel de cinco estrellas, o Bernabeleva en San Martín de Valdeiglesias, en la parte madrileña de la sierra de Gredos, reforzaron esta idea mediante la presentación de sus experiencias particulares. 

Espacios de disfrute

En la jornada también se debatió sobre los espacios de disfrute del vino. ¿Puede el interiorismo invitar a comer y beber mejor? Para Isabel López Vilalta, muy conocida por sus diseños para hoteles y restaurantes, “lo mejor para disfrutar del vino es contar con un buen ambiente, que incluye buena iluminación y acústica, compañía agradable y conversación”.

Sin embargo, reconoció que pocas veces en el diseño de restaurantes le piden cosas específicas para el vino exceptuando por supuesto El Celler de Can Roca, a cuya bodega trasladó las especificaciones y emociones que buscaba el sumiller Pitu Roca.  

El pequeño homenaje a los vinos y zonas favoritas del mediano de los Roca contrasta enormemente con un proyecto muy enfocado para jóvenes como es Wine Fandango de Logroño, primera incursión en la restauración de Vintae, el grupo de bodegas que ha revolucionado el mercado del vino español con sus productos directos apoyados en estudiados diseños. Para atinar con el concepto del local, se patearon todos los sitios de moda de Nueva York. “Para nosotros –dice el gerente del grupo, Ricardo Arambarri–, el diseño es vital y para ello es necesaria la colaboración de arquitectos, diseñadores e interioristas”.

Bruno Murciano, el que fuera sumiller del Ritz de Londres y ahora al frente de su propia importadora de vinos españoles en Reino Unido, lamentó la dificultad de muchos sumilleres para trabajar adecuadamente debido a la falta de previsión en el diseño de espacios destinados al vino en el restaurante.

Para quienes piensen que semejante perfección sólo se alcanza en el gran templo del vino que es Monvínic, el sumiller César Cánovas fue muy generoso a la hora de contar los problemas que tuvieron en el diseño del famoso bar de vinos de Barcelona y cómo los fueron solucionando. “Lo que necesita un local es colaboración interdisciplinar entre profesionales diferentes. Si el diseño no es adecuado para el trabajo que hay que realizar estos problemas se acaban trasladando al cliente”, señaló Cánovas. 

Cánovas recordó que algunos grandes cocineros como el británico Heston Blumenthal cuentan con el asesoramiento de psicólogos en su equipo. “Quizás los camareros tendríamos que empezar a trabajar con psicólogos o antropólogos para poder ofrecer una experiencia global”, reflexionó.

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