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Mujeres que mandan en el campo La viticultura ha dejado de ser un coto masculino.Foto: Volker Gehrmann

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Mujeres que mandan en el campo

Amaya Cervera | Jueves 07 de Marzo del 2024

¿Cuántas viticultoras hay en España? El informe La relevancia social y económica del sector vitivinícola en España correspondiente a 2023 que elabora la Interprofesional del Vino cifra en 20.051 las titulares de explotaciones vinícolas en 2020, un 30,4% del total frente al 27,9% en 2009.

Pero como recuerda Ana Torrecilla, responsable de comunicación en Arag-Asaja en La Rioja, “una cosa es la realidad administrativa y otra la gestión diaria de las explotaciones. Hay mujeres que no aparecen como titulares, pero realizan una parte importante del trabajo, solicitan las subvenciones, etc.”. 

Es significativo que la figura jurídica de la titularidad compartida, establecida en 2011 y pensada para parejas que comparten el trabajo y la gestión de una explotación, haya tenido un desarrollo lento y desigual. Tan solo 1.257 altas hasta el día de hoy para todo tipo de explotaciones agrarias (ver gráfico inferior) y con grandes diferencias entre comunidades autónomas. No existe ningún registro, por ejemplo, en Madrid, mientras que Castilla y León cuenta con 582 y Castilla-La Mancha con 254.


  
Según el informe de la Interprofesional, lo que sí ha crecido significativamente es el número de jefas de explotación que ha pasado de 11.116 en 2009 a 23.194 en 2020 hasta alcanzar el 30,1% del total (en azul en el gráfico inferior).


 
Impulsar el papel de las mujeres en las zonas rurales fue una de las recomendaciones del Foro Rural de Alto Nivel organizado por la Presidencia Española de la UE en septiembre del año pasado en Sigüenza (Segovia). Allí se habló de la necesidad de recopilar datos a escala nacional, aplicar políticas eficaces para abordar las desigualdades y mejorar las perspectivas de empleo e innovación, así como de promover la participación de la mujer en órganos decisorios.

Aunque quede mucho por hacer, la viticultura ha dejado de ser un coto masculino y reúne muchos más modelos de mujeres profesionales de los que cabría imaginar a simple vista. Estos son los perfiles de seis de ellas: una viticultora, una responsable de viñedo, una consultora, una gestora de finca, una profesional multidisciplinar y una investigadora. 

La viticultora a pie de viña: Ascensión Robayna

Economista de formación, Ascensión encarna la cuarta generación de una familia de viticultores del pueblito de Montaña Blanca en Lanzarote (Canarias). Aunque estudió y vivió bastante tiempo fuera de la isla, considera que su vida ha estado marcada por las cosechas: “Regresaba al campo porque me importaba mucho emocionalmente”.

Desde hace 17 años está al frente de la explotación familiar y además se ha dedicado con ahínco a la recuperación de viñas viejas. Hoy cultiva en ecológico casi 30 hectáreas en uno de los viñedos más extremos del país, con pluviometría inferior a 150 mm. anuales y rendimientos casi irrisorios entre 1.300 y 1.500 kilos por hectárea. Con clientes como Puro Rofe o Los Bermejos, el precio de la uva se mueve en torno a los 3 € el kilo. Para Ascensión, “éste es un negocio muy sui géneris porque intervienen otros asuntos tan importantes como el dinero: cultura, identidad, conservación de los suelos o la forma de hacer y relacionarte amablemente con la tierra. Efectivamente, es necesario que sea rentable, pero hay que buscar la estabilidad financiera en un horizonte temporal”, explica. 


Fotografía: Abel Valdenebro.

Ascensión, que aún recuerda cómo se impedía a las mujeres la entrada a las bodegas durante la menstruación, considera que hay muy pocas viticultoras y que las mujeres están infrarrepresentadas en un sector muy masculino. También ve mucha diferencia entre la presencia de la mujer en la parte técnica, de administración y gerencia y su papel en el campo. “Recuerdo bajarme de la camioneta para llevar las uvas y estar sola; no hace falta que te digan nada, sientes que no tienes mujeres alrededor y eso es una disfunción que hay que arreglar. La sociedad está formada por hombres y mujeres y no se puede aislar por género. Es necesario que tengamos las mismas oportunidades para acceder a aquellos sitios en los que queremos estar”.

Para ella, además, el cómo se cultiva implica un compromiso fundamental. “En una tierra tan árida y seca como Lanzarote yo planteo la biodiversidad y la renaturalización del territorio en el sentido de que la actividad agraria y la naturaleza deben convivir. La viticultura debe ser orgánica o no ser y aportar servicios relacionados con la cultura y el mantenimiento de la identidad de un territorio, y se debe compensar si se hace de esa manera. Debemos mantener los ecosistemas vivos y nuestras tierras deben captar el CO2 en este momento en que tanto se necesita; no hay excusas”, afirma.

La consultora: Bárbara Sebastián

Madrileña siempre a pie de viña, trabaja codo con codo con Julián Palacios en Viticultura Viva, una de las empresas de asesoría vitícola que más prestigio tiene en España con clientes como Ostatu, Lan, Valenciso, Bodegas Frontonio, Artuke o Bideona. Sin tradición previa en la familia, estudió agrónomos porque le gustaba el campo y cursó el Máster de Viticultura y Enología de la Universidad Politécnica de Madrid. Desde muy joven ha asumido grandes retos: el mayor, enfrentarse con solo 26 años a la gestión del proyecto Solaz de Osborne en Castilla-La Mancha con la friolera de 700 hectáreas y un equipo de 80 personas. 

“Me fui a vivir a un pueblo de 70 habitantes en mitad del campo. Aprendí mucho a base de cometer errores y contraté a muchas mujeres. Son muy cuidadosas y con ellas no había una relación de competencia, aunque lo cierto es que no se me da mal tratar con las cuadrillas de hombres. Fue peor con el encargado, que quería imponer su criterio. Tardé tres años en ganarme la confianza de todos”, recuerda. 


Cuando todo estuvo bajo control, convenció a su profesor de la Politécnica José Ramón Lisarrague para montar una consultoría, pero al cabo de un tiempo surgió la posibilidad de entrar en el equipo de El Coto en Rioja donde pasó nueve años hasta 2020. Allí se las ingenió para presentar la tesis y plantó Carbonera, la finca más alta de la denominación a los pies de la Sierra de la Hez. De ahí retomó la consultoría en Viticultura Viva y cuenta con clientes propios como Gramona, a los que asesora en viticultura desde hace años.   

Cree que en el campo faltan técnicos, ya sean hombres o mujeres. “Cuando acabé agrónomos ya había bastante igualdad en la carrera, el problema es que muchos se orientan a empresas de riego, fitosanitarios o agro seguros. En mi época en El Coto solo tuvimos una solicitud de una mujer para realizar prácticas, Teresa Martínez, una excelente profesional que ha sido responsable de viticultura de Gramona durante ocho años y que desde diciembre de 2023 está en Aiurri, el proyecto de Carraovejas en Rioja. Parece que a muchas empresas les da apuro apostar por gente recién salida de la carrera, pero una persona con ganas de trabajar puede ser la mejor elección”.

La responsable de viticultura: Natalia Olarte

Nacida en Haro (La Rioja), lleva toda la vida formándose, como dice ella “no para ser la mejor, sino para trabajar con otros equipos y valorar el esfuerzo de compañeros de otras disciplinas”. Es ingeniera de industrias agrarias y agroalimentarias y le queda una asignatura para acabar enología, pero entre medias ha realizado tres másteres en gestión de calidad, innovación vitivinícola (fue el mejor expediente de su promoción) y gestión de proyectos y espacios culturales. 

Ha desarrollado su carrera profesional en Rioja atendiendo los viñedos de Remírez de Ganuza, Bodegas Bilbaínas, Bodegas Riojanas, donde se centró mucho en transferencia de conocimiento con la creación de una escuela de viticultura, y desde hace solo unos días como directora de viticultura e innovación en Vivanco. Recuerda muy bien cómo en el año 2000, en un proyecto de investigación en campo, el entonces director técnico de Cvne, Basilio Izquierdo, le dio un buzo y le dijo: “Cuando entiendas lo que ocurre en el ciclo de elaboración del vino, entenderás lo que te gusta y no te gusta”. Ella acabó enfilando hacia la viña. “El 99% del vino es uva. Me di cuenta de que me gustaba más el campo, que entendía lo que hacían los otros eslabones de la cadena y que yo podía generar lo que les hacía falta”, explica.


Considera que los mayores problemas del campo son la falta de relevo generacional (“la profesión está muy denostada; no es lo mismo decir que eres enólogo que viticultor”) y el hecho de que los viticultores no han ejercido como empresarios agrarios. “No se trata solo de rentabilidad, sino de adaptarse al mercado, hacer una viticultura sostenible y conservar la visión holística del paisaje, la tradición, la cultura y lo que tiene cada municipio”. 

En este contexto, la mujer hacía las labores de apoyo y funcionaba en la práctica como mano de obra auxiliar, pero hoy ve cómo muchas de ellas heredan las explotaciones de sus padres y las están haciendo rentables. “Cada vez se ve mayor incorporación”, señala.

Aun así critica que no haya referentes del campo en los medios de comunicación y que casi todas las noticias del sector primario que alcanzan los titulares sean negativas (huelgas, precios bajos). Es algo que intenta combatir también desde su faceta como comunicadora. Este año participando y promoviendo la iniciativa Mujeres del Rioja a través de tres encuentros con profesionales del sector en el Centro de la Cultura del Rioja de Logroño. 

Gestionar una gran finca vitícola: Clara Herrero

Situada en Molinos de Ocón, en Rioja Oriental, entre Tudelilla y la Sierra de la Hez, Finca Vistahermosa es una de las propiedades vitícolas más deseadas de la denominación por la calidad de sus garnachas viejas y de otras variedades cultivadas hasta los 750 metros de altitud. 

Parte de los activos de Rumasa, fue subastada en 2002 y adquirida por José Ramón Herrero, antiguo trabajador de la compañía expropiada y buen conocedor de su potencial. Cuando preguntó a sus hijos quién quería gestionarla, Clara, ingeniera de montes, entonces con 28 años, aceptó sin dudar. Se formó en viticultura y enología,  recurrió a sus profesores para encontrar un técnico que la ayudara y arrancó el proyecto con Juan Antonio Blanco, que acababa de terminar la carrera, y hoy es uno de los socios de Sínodo en Rioja.


“Al principio la gente de campo ni me miraba a la cara; se dirigían a Juan Antonio. Veían una chica joven de Madrid que estaba cambiando las cosas, dejaba cubiertas vegetales y pensaban que no tenía ni idea y que tenía las viñas mal cuidadas”, recuerda.

Hubo que hacer mucho trabajo para poner al día unas plantaciones que habían estado descuidadas y para conseguir que las bodegas quisieran comprar uvas de calidad de garnacha para elaborar tintos. “Al principio vendíamos la garnacha a Riscal y Marqués de Cáceres para rosado”, explica Clara.

Hoy cultivan 161 hectáreas de viña que incluyen, además de garnacha, su producto estrella, variedades blancas, tintas minoritarias como graciano y tempranillos en altitud con índices de acidez difíciles de conseguir en otras zonas de Rioja. En total, 1.100.000 kilos de uva a precios que duplican la media de la DOCa. y que adquieren productores de prestigio como Álvaro Palacios, Roda, Baigorri, Muga, Izadi, Marqués de Vargas o Barón de Ley hasta un total de 14 bodegas; y más en lista de espera. 

Quien compra garnacha en Finca Vistahermosa la vinifica por separado. Además no se vende por kilos sino por hectárea; cada cliente tiene sus parcelas de tempranillo y garnacha asignadas en la finca y puede hacer el seguimiento de vendimia dentro una relación colaborativa y mucho más estrecha que la de un proveedor al uso. La propiedad, de hecho, es un modelo de éxito con una concepción prácticamente única en Rioja.

Clara, por su parte, se reserva dos hectáreas para su proyecto personal porque quiere ver el nombre de Finca Vistahermosa en una etiqueta de vino. Si estuviera en California, sus clientes probablemente se enorgullecerían de ponerlo también en las suyas. Algo así como un To Kalon en el corazón de Rioja. 

Maribel Bernardo: la profesional 360 grados y experta en injerto

Hija de un empresario vitoriano y con abuelos de Rioja Alavesa, Maribel estudió en la Escuela de la Vid de Madrid a finales de los ochenta, donde conoció a su marido, de origen sevillano. “Con solo 23 años nos tiramos a la piscina y empezamos un proyecto de bodega en Lapuebla de Labarca”, recuerda. La bodega es Zugober – Belezos, que siguen dirigiendo de manera conjunta, ahora con ayuda de su hijo Manuel, pese a haber separado sus caminos personales hace 12 años. 

Maribel siempre ha vivido con gran intensidad el vino. Se siguió formando en Burdeos donde sacó la diplomatura de cata y aprendió la técnica del injerto (abajo con su cuadrilla de trabajo) que le puso en contacto con profesionales de otras regiones desde Córcega a California y que le ha llevado a trabajar por toda la Península, Canarias, sur de Francia e incluso en Nueva Zelanda.


El hecho de que el injerto sea una labor de temporada que se realiza durante la primavera, le permite compatibilizar esta especialidad con la elaboración de los vinos en la bodega familiar, sus asesorías (ayudó en el despegue de Villota) y las catas en el panel del Consejo Regulador. “Es un mundo tan apasionante que puedes tocar muchos palos”, explica. Lo que menos le gusta es salir a vender. Quizás porque tiene recuerdos de sus inicios hace más de 20 años, cuando era un mundo muy masculino y casi todo se reducía a cenas y comidas. “Ahora la parte comercial se ha profesionalizado, las mujeres dan prioridad a las catas y al trabajo estricto, todo está más centrado en la marca y los viajes están organizados de principio a fin”, cuenta.

De su oficio de injertadora, que realiza tanto para bodegas como para viveristas con su cuadrilla de especialistas mexicanos, le resulta muy enriquecedor trabajar en distintas denominaciones. “No tiene nada que ver Priorat, con Penedès, Bierzo, Navarra, Trujillo en Extremadura o Canarias; ni un vaso viejo que una espaldera o una viña emparrada; ni un suelo de caliza o arcilla”, señala. Las bodegas se benefician de poder producir el tipo de vinos que les piden sus distribuidores e importadores en apenas un par de años manteniendo la base radicular de la planta y ahorrándose el tiempo que supondría arrancar y volver a plantar. 

Es un trabajo delicado lleno de matices. “Importan mucho las herramientas, la navaja y su afilado, que se hace con piedra de diamante y luego cuero, como los barberos; la desinfección también es importante”, explica. Aunque quizás lo más importante para ella es que “el reinjerto regenera la planta porque partes de una madera sana y sin enfermedades de madera”

La investigación y la enseñanza: Pilar Baeza

La pasión por el campo llevó a esta profesora titular de la Universidad Politécnica de Madrid, hoy con más de 30 años de experiencia, a estudiar ingeniero técnico agrícola y luego agrónomos. Profesores como Vicente Sotés y José Ramón Lisarrague hicieron que se interesase por la viticultura.  “Eran diferentes, hacían que la teoría cobrara lógica y además eran críticos. Yo tenía 23 años y para mí la forma de no aburrirme era seguir aprendiendo. Tras cursar el Máster de Viticultura y Enología salió una plaza de ayudante que me dio pie a hacer la tesis. La estabilidad la fui consiguiendo poco a poco porque la carrera es muy larga”, explica.

Cuenta que aún se ven pocas mujeres a pie de viña; en la mayoría de sus ensayos en parcelas sigue tratando con viticultores, pero cada vez ve más asesoras y consultoras. “Los cambios son lentos, hay que enseñar a los niños desde que son pequeños que lo que dice un hombre o una mujer vale lo mismo. El machismo no es solo de hombres, es también de mujeres; es una situación social y cultural que se quita con la educación”, señala Baeza.


La experiencia que le abrió los ojos en su caso fue el año que pasó en la Universidad de Davis. Su tutor en temas de riego, el experto Larry Williams, “no solo escuchaba y respondía mis preguntas, me pedía opinión y aceptó algunas de mis sugerencias en la publicación final del estudio. Me dio autoridad y me sirvió para ganar confianza”, recuerda. Ahora ella intenta transmitir esa misma confianza a sus alumnas.

Cuenta también que el trabajo de investigación necesita dedicación completa. “La mayoría de mujeres que hicimos tesis pospusimos la maternidad a su entrega”. La suya versó sobre sistemas de conducción, pero en la actualidad está enfocada en temas prácticos más orientados al mercado. Ahora mismo trabaja en dos proyectos colaborativos. En Vid-Expert, que tiene como objetivo crear un sistema de diagnóstico de la huella de carbono para la mitigación del cambio climático en el sector del vino, se encargan de definir los algoritmos de la parte de viticultura. El segundo, centrado en la predicción del rendimiento y la modelización del cultivo, la va a tener ocupada durante los próximos tres años.


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